Pages

Subscribe:

Ads 468x60px

.

Labels

Social Icons

15/3/11

Parecía una chica fácil I

   Íbamos con ganas de comernos el mundo. Éramos una panda de chicos ardientes por demostrar lo machos que éramos cada uno. Estábamos dispuestos a arrasar la zona sin contemplaciones. Fuimos en varios coches camino de la zona de marcha, por el camino gritábamos eufóricos con el cerebro atestado de alcohol y la música a todo trapo. Alguno se atrevió a enseñar su trasero por la ventanilla. Las carcajadas eran sonoras. Nos creíamos los amos de la ciudad. Cuando llegamos fuimos apartando a la gente como si la zona fuera nuestra. Más que buscar marcha parecía que íbamos a hacer una redada. Nos desplegamos por los múltiples locales de la zona en busca de hembras. Al rato cada uno estaba buscándose la vida. Sin darme cuenta me quedé solo. Allí estaba ella.
   Durante varios segundos no fui consciente de que había algo más allá de su escote. Pero al rato me di cuenta de que incluso era guapa. Ojos verdes oscuros, pelo negro lacio, cara de niña y su sonrisa. Su primera sonrisa me la obsequió gratis, estaba en el bote. Al menos ese fue mi pensamiento etílico. El local estaba oscuro y los flashes intermitentes hacían que todo pareciera fluir a cámara lenta. Los altavoces vomitaban vatios que atravesaban los huesos. Sonaba un bombazo de Safri duo que se llama All the people on the world. La mezcla  de alcohol, luces psicodélicas y su escote hicieron que me creciera. Después de devolverle la sonrisa se puso a bailar a mi lado. Pensé: una chica fácil. Me di cuenta de que tenía unos tacones enormes y una minifalda diminuta. Me olvidé de que no sabía bailar y traté de seguirla. O había aprendido a bailar esa misma mañana o todos bailábamos igual de mal, porque no desentonaba en absoluto. A los pocos minutos ella estaba bailando con su pierna entre las mías. Me pregunté qué clase de baile era ese, pero solo durante un segundo antes de seguir hipnotizado con su escote vertiginoso. Al rato estábamos abrazados comiéndonos la boca. Aunque me creía el centro del Universo casi la mitad del local estaba haciendo lo propio. Sin embargo aquello no era tan bonito como parecía. Me di cuenta de que ella había bebido probablemente más que yo, así que resultaba imposible entender lo que decía. A falta de palabras opté por los hechos. 
   Nos trasladamos a un rincón más discreto, libre de miradas y dejé que mis manos explorasen hasta dónde me dejaba llegar. Para mi sorpresa no me detuvo en ningún momento, así que seguí allende pocos se atreven a la primera. Pero lejos de ponerme..., me quitaba. Aquello no tenía morbo alguno. Parecía un maniquí. Quizá se había pasado tanto con el alcohol que no sabía ni qué estaba haciendo allí. Así que todo se fue desinflando. Finalmente opté por dejarla allí. Aquello no me sabía a nada. Me pidió el teléfono con las únicas palabras que le entendí y se lo di por si acaso. Cuando estaba a punto de despedirme me pidió que la acompañara al aparcamiento. La llevé casi colgada de mí creyendo que se le pasaría la moña con el aire pero al dejarla me di cuenta de que no se sostenía sola. Se quedó apoyada en un coche con los ojos entornados y diciendo algo ininteligible. Tuve un arrebato de piedad y pensé en ir a por el coche para llevarla donde me dijera pero no sabía si entendería lo que decía. Así que me quedé allí un rato esperando a que se encontrase mejor.
   Al rato se abrazó a mí de nuevo y así estuvimos unos minutos hasta que noté que hacía algo raro. Tuve que apartarme para que no me pusiera perdido con el vómito. Definitivamente la noche no estaba saliendo como había esperado. Pero algo en mi interior me hizo sentir lástima por aquella muchacha inerme. No sabía con quién había llegado hasta allí, no la había visto acompañada en ningún momento. Ella apenas era capaz de articular palabra y en ese estado, con esa ropa tan sugerente estaría expuesta a los numerosos carroñeros que se apiñaban en torno a la carne fresca. Así que me negué a dejarla tirada en aquel aparcamiento. La senté entre dos coches y dejé que se durmiera apoyada en el parachoques de un todo terreno. Mientras dormía, yo me pregunté qué mecanismos mentales hacían que no me aprovechara de su vulnerabilidad para meterle mano. La repasé de arriba abajo, tenía una minifalda que se le había subido y mostraba parcialmente unas diminutas bragas blancas, por algún motivo los tacones se me antojaban como ridículos en aquella situación tan lamentable, su blusa apenas cubría algo de su piel y llevaba un sujetador blanco casi invisible que dejaba ver la mayor parte de sus generosos pechos. Sin embargo más que lujuria sentí por ella algo parecido al afecto protector al verla semi-desnuda.
   Cuando llevábamos allí algo más de una hora me pregunté cuánto tiempo sería capaz de aguantar, así que decidí ir a por el coche, donde estaríamos más cómodos. Fui corriendo con todas las fuerzas de mis piernas hasta donde tenía el coche y volví a mayor velocidad de lo que aconsejaba la señalización de tráfico. En apenas diez minutos estaba recogiéndola y acomodándola en el asiento trasero. En la maniobra se le cayó un billete doblado y el carné de identidad. Miré sus datos y comprobé que se llamaba Jésica, que tenía apenas cumplidos los dieciocho años y que vivía a veinte kilómetros de allí. Entonces me propuse llevarla a casa. Me la jugaba al conducir en mi estado, pero no podía permanecer allí cuando el amanecer despuntaba en el horizonte. Así que me dirigí por la carretera de la costa en lo que parecía el viaje más estúpido de mi vida.
   Cuando llegué a su ciudad los trabajadores más madrugadores ya estaban saliendo de sus casas. Y yo buscaba el domicilio de aquella muchacha embriagada. De pronto me di cuenta de que aquello era lo más estúpido que se me podía haber ocurrido. ¿Qué iba a hacer? ¿Llamar a su casa y decirle a sus padres que la había encontrado en el aparcamiento y le había leído el carné? ¿O que había estado metiéndole mano hasta que me había dado cuenta de que estaba demasiado borracha? Así que intenté despertarla cuando estaba a  apenas unos metros de su casa. Se despertó, dijo algo incoherente y volvió a dormirse. Así que volví a hacer otra estupidez más en el mismo día. Llamé a su casa.
   Contestó una voz de mujer adormilada. Le dije con mi voz melodiosa que era amigo de su hija y que la había traído en el coche porque no se encontraba bien. Conforme salían las palabras de mi boca me arrepentía de cada una de ellas. Al minuto bajó la mujer despeinada y en bata. Alcé las cejas fingiendo ser el mejor chico del mundo y le dije que no sabía qué había bebido.
   _¿De qué dices que la conoces? _me preguntó con evidente suspicacia.
   _De la zona.
   _Ah, de la zona _dijo. No hacía falta más preguntas; la mentira le había quedado clara.
   Cuando la chica escuchó la voz de su madre pareció resucitar. Se levantó tratando de fingir normalidad, se atusó el pelo, se colocó la falda y caminó como pudo hasta su casa. Me despedí de ella fingiendo por enésima vez que la conocía.
   _Hasta luego, Jésica.
   Fui a casa a tratar de dormir algo, pero mi cabeza era incapaz de descansar.
   Cuando llegó la noche, mi móvil sonó con un número desconocido.


Continúa... en Parecía una chica fácil II





1 comentarios:

  1. me mantuvo atrapado y me generó intriga. quiero la segunda parte.

    ResponderEliminar