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1/12/11

El tonto de la carretera

Llegó con un ansia desmedida hasta mi posición. Frenó en el último instante, cuando descubrió que no podía atravesarme cual espectro sobrehumano. Veía su rostro compungido por el retrovisor. Dos carriles y los dos atestados de inoportunos conductores que decidieron salir a la misma hora que él del laborío. Con actitud desafiante aproximaba una y otra vez su carruaje mediante amagos dignos de ariete. Al comprender que no podría apartar por la fuerza tantas cabalgaduras juntas emprendió una alocada carrera adelantando con fulgor cuando el espacio apenas se lo permitía. Logró situarse ante mis rocines con gran esfuerzo y al fin pudo diluir el ácido de su estómago. Pero, oh, qué diantres. No puede ser. Allá a lo lejos un terrible artefacto luminoso indica a todos que han de detener sus monturas. La alcalinidad desaparece de la boca de su estómago y el rostro se le agria aún más. Prosigue su alocada marcha, pero por más que lo intenta, no logra desembarazarse de aquellos taciturnos cocheros. Por más que ponga a prueba la manada de caballos, no logra adelantar a nadie. Se bebe su orgullo maltrecho, contiene una lágrima y levanta las espuelas del acelerador. Hoy no es su día. Ha descubierto que su brío es inútil en un camino regulado por tediosas leyes humanas.

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