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15/2/11

La fugitiva y el panadero

    Mediados del siglo XIX en alguna aldea de la España profunda. Una joven es obligada a casarse con un campesino mayor que ella que promete sacar de la pobreza a toda la familia de la muchacha. Pero ella ha visto el mundo que se extiende más allá de su aldea. Sabe que hay algo más que ese tipo sucio y poco agraciado. Son realidades vetadas a los chicos de campo. No interesa que sepan demasiado. Pero ella siempre ha gozado de una inteligencia notable y ha sabido alejarse de su mundo y aventurarse a conocer otros. Aprovechando sus múltiples viajes en busca de productos, acostumbraba a alejarse de la ruta en busca de esos lugares llamados ciudades que tanto tenían que ofrecer.
    Apuró el tiempo hasta que le faltaba tan solo cuatro días para su boda con el campesino, juntó algunas de sus pertenencias en un pequeño hatillo y se alejó de la aldea a pie, de madrugada. Cuando amaneció y acusaron su ausencia ella ya estaba en las puertas de la ciudad.
    Pasó unos días escondida en callejones de la ciudad viviendo de lo poco que portaba en su hatillo, hasta que un día un mercader montado en carro la vio agazapada tras unos arbustos. Bajó del carro y se acercó a ella. Vio a la chica descalza y cubierta de suciedad pero descubrió su enorme belleza.
    _No te asustes _no voy a hacerte nada. ¿Necesitas ayuda?
    Ella negó con la cabeza.
    _Puedo llevarte en mi carro a un hostal. Allí podrás asearte y calzarte.
    _No tengo dinero.
    _No te preocupes por eso. Podrás trabajar en mi despacho de pan si así lo deseas. Tendrás un sueldo.        No necesitarás vivir de las limosnas. Una muchacha tan hermosa como tú atraerá clientes a mi despacho. Los dos ganaremos.
    La chica accedió a subir al carro de aquel hombre de unos treinta años. Llevaba un gorro de lana, vestía ropa limpia y tenía el rostro afeitado. Le pareció un príncipe.
    Al mediodía el joven panadero se acercó al hostal a ver a la chica. Le llevó unos sencillos zapatos y algo de ropa nueva. Cuando vio a la chica bañada y vestida con la ropa limpia se quedó boquiabierto por la belleza salvaje de aquella chica. Un escalofrío lo recorrió por todo el cuerpo. En ese mismo instante se propuso casarse con ella, pero aguardó a que llegara el momento de declararse.
    Ella comenzó a trabajar en el despacho de pan y poco a poco fue salvando los escollos de una nueva profesión y de una nueva vida. No le faltaron dificultades en el camino pero supo sortearlos con su inteligencia y con la ayuda de ese príncipe que se le había cruzado en el camino. Al año se casaron y tuvieron sus buenos y sus malos momentos, pero en todo caso era la vida que ambos habían elegido, por lo que se consideraban simplemente, felices.

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