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25/3/11

La insólita historia de un caminante

   Llegó caminando, cubierto de polvo de pies a cabeza, en compañía de un pequeño perro y con la apariencia de llevar años viviendo en la calle. Estaba en las afueras del pueblo y se dirigió tambaleándose hacia el primer bar que encontró. Entró jadeando y se apoyó en la barra con esfuerzo.
   _Por favor, ¿me puede poner un refresco? No llevo dinero encima, pero le prometo pagárselo mañana mismo.
   _Caballero, si hiciera eso con todos los mendigos que entran pidiendo tendría que cerrar. Y aquí no puede entrar con animales. Si quiere le puedo dar un vaso de agua.
   El caminante le dio las gracias pero rechazó el vaso de agua. Buscó otro bar con gran dificultad y volvió a repetir la operación.
   _Lo siento, no doy nada a vagabundos. Lo siento de verdad _contestó el camarero.
   _Le doy mi palabra de hombre que vendré a pagarle mañana mismo el doble del importe del refresco. Vengo caminando desde la ciudad y me he empezado a encontrar mal.
   _Lo siento de verdad, pero me he llevado muchas decepciones con gente como usted. Si quiere le puedo dar agua de grifo. Es todo lo que puedo hacer.
   _Pero estoy desfallecido, apenas tengo fuerzas para hablar. Necesito azúcar.
   _Haga el favor de salir, me está espantando la clientela.
   El caminante dio las gracias al hombre y salió extenuado del bar. Se sentó a pocos metros a reponer fuerzas durante unos minutos y siguió buscando otros bares. Entró en otros dos y las respuestas fueron parecidas. En uno no le dejaron entrar con el animal, en el otro le ofrecieron un vaso de agua, nada más.
   En el quinto bar, de apariencia humilde estaba el camarero viendo la televisión y dos clientes tomaban un vino en una mesa. Al ver al caminante, el camarero sintió un primer amago de rechazo, pero dejó que hablara. Le contó que había salido de la ciudad a caminar, que se había perdido y llevaba más de cinco horas caminando. Necesitaba reponer fuerzas. El hombre se lo pensó un instante y le dijo que se sentara. Al rato le puso un refresco de cola en la mesa y un plato de carne con patatas.
   _Esto es lo que han comido en el menú del día _dijo el camarero.
   El caminante lo miró incrédulo y se le iluminaron los ojos.
  _Muchas gracias, muchas gracias, es mucho más de lo que esperaba. No quisiera abusar de su generosidad.
   _No lo está haciendo. En mi negocio nunca niego un plato de comida.
   _Prometo pagárselo mañana mismo con creces, le doy mi palabra de hombre.
   _No me debe nada.
   El camarero se negó a aceptar. El caminante pareció conforme. Se comió el plato de comida y el refresco. El camarero lo observó comer y le sorprendió que comiera con educación y cuidado. Cuando terminó dio un trozo de carne a su perro y dejó el plato y los cubiertos en la barra.
   _Muchas gracias, es usted un buen hombre _dijo el caminante como despedida.
   El camarero se sintió satisfecho con su obra. Se quedó hablando con los dos clientes que habían observado con disimulo la escena.
   Pasó una semana y el caminante se presentó en el bar para pagar su deuda.
   Cuando entró, el camarero le preguntó qué deseaba pero no lo reconoció. Tenía ante él a un hombre sin barba, de unos sesenta años, vestido con un elegante traje sin corbata y con un maletín en la mano.
   _Vengo a pagar la deuda que tengo con usted.
   _¿Perdón?
   _¿No me recuerda? Hace una semana vine caminando desde la ciudad aquí y usted me puso comida y bebida sin nada a cambio.
   _Es cierto. No lo había reconocido. Yo pensaba que usted...
   _¿Que era un mendigo?
   _Hombre, era lo que... como llegó así con barba y eso...
   _Ya se lo dije, salí a pasear desde la ciudad y me perdí por los caminos. Empecé a encontrarme débil y decidí acercarme a la única civilización que divisaba. Y usted me salvó la vida. Si hubiera tardado más en tomar azúcar, probablemente habría sufrido otro infarto.
   _No tiene por qué sentirse en deuda, solo fue un plato de comida. ¿Quién puede negar eso?
   _Los otros cuatro bares que encontré de camino. Por eso quiero que acepte este regalo que le he traído. Me sentiré bien si lo acepta.
   El camarero lo aceptó a regañadientes y el caminante se despidió dándole las gracias nuevamente. No esperó a que abriera el regalo.
   Dentro de la caja de regalo había un sobre y dentro del sobre un talón en el que se podía leer: páguese al dueño del Bar El Callejón el importe de todos los gastos que ocasione la restauración de dicho local y la renovación del mobiliario [...] 
   El hombre se quedó atónito viendo el cheque. Se asomó a la calle y vio un Mercedes encerado arrancar y partir. En la ventanilla trasera reconoció al pequeño perro que lo había acompañado en su travesía.
   Con el paso del tiempo, mientras restauraba el local intentando no abusar de su generoso patrocinador intentó recabar información sobre él. Supo que era un hombre que había amansado una considerable fortuna, que se había divorciado hacía dos años y desde entonces se había vuelto un alma errante con la única compañía de su perro.

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