Las noches de luna llena me hierve la sangre, mis ojos se tornan amarillentos y se inyectan en sangre. Mi torso se cubre de un manto fino de pelo negro y mis uñas crecen y se afilan. Si decido montar en mi vehículo, ocurre lo inevitable, siento amenazas por doquier y tengo que dejar escapar mi furia en forma de estentóreos rugidos. Si por avatares del destino algún necio decide encararse conmigo, salto como una bestia sobre su carro y le arranco la carrocería a trozos hasta que llego a él. Entonces rujo con todas mis fuerzas y hago que se le aflojen todos sus esfínteres, y cuando voy a sacarlo de un zarpazo me apiado de ese aterrorizado despojo humano y me despido con un nuevo rugido. A la mañana siguiente suelo tener restos de pintura en mis manos y jamás recuerdo de dónde proceden.
11/3/11
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