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14/4/11

El maestro Zheng y la muerte

Hallábase el maestro Zheng a las puertas del templo en estado de meditación cuando un joven se le aproximó indeciso. Conocía la fama que tenía de no gustarle ser importunado, por lo que le habló con prudencia, casi musitando.
   _Maestro, tengo una gran inquietud. La semana pasada falleció mi tío con tan solo treinta años. Yo tengo veinticinco y cada noche me pregunto si moriré igual de joven que él. Desde entonces duermo atormentado con la idea de que no despertaré al día siguiente. Quisiera que me dieras un consejo, maestro.
   Zheng estuvo unos segundos sin inmutarse pero el joven no se alejó pues conocía la costumbre del maestro de reflexionar sus respuestas. Al poco, Zheng alzó las manos y comenzó a realizar movimientos con ellas antes de decir la primera palabra. Aún tenía los ojos cerrados y su rostro reflejaba gravedad.
   _Esta noche... vas a morir _dijo al fin.
   El joven se quedó esperando a que dijera algo más, algo que matizara la dura afirmación que había lanzado. Pero el maestro no dijo nada más. Tras unos instantes, el joven se alejó atemorizado. Todos sus presagios eran ciertos, pensó. Había estado temiéndose lo peor y se iba a cumplir. El maestro lo había dicho, no quedaba ninguna duda. Así que marchó hacia su casa y reflexionó sobre su muerte. ¿Qué debía hacer? Pensó que dejaba tantos proyectos inacabados, tanta gente que adoraba, tanta vida por delante que la idea le parecía aterradora. Cuanto más pensaba en la muerte más angustia sentía. Tenía la sensación de no poder aguantar hasta la noche de tanta angustia.
   Pero no había otro destino. El maestro lo había dicho. Le quedaban horas de vida y tenía que aprovecharlas al máximo. Tenía que dejar todo zanjado, tenía que despedirse, decir sus últimos deseos. Habló con su familia y les dijo que esa noche habría una cena especial. Visitó a todos sus amigos y se fue despidiendo de todos, no les dijo que iba a morir, simplemente que los quería de corazón. Les dijo cuánto habían significado en su vida y cuánto había aprendido y compartido con ellos. Fue a casa y completó los trabajos que tenía pendientes, terminó de arreglar una mesa rota, lavó a los animales y les dio de comer. Recogió la casa y preparó la cena especial. Cuando estaba terminando llegó su mujer, sus dos hijos, sus padres y su único hermano. Atendió a toda su familia y todos se sorprendieron al contemplar la delicadeza que había mostrado en la preparación de la cena. No dijo a su familia que iba a morir, simplemente les dijo cuánto los quería y habló de las cualidades que más admiraba en cada uno de ellos.
   Cuando se fue a la cama sabía que iba a ser la última vez que viviese esa situación así que trató de captar hasta el último matiz, la última sensación de cada instante. Repasó su vida y se dio cuenta de que había dejado todo zanjado así que la angustia hacia la muerte se había ido desvaneciendo. Ahora sentía una paz profunda. Había perdido el miedo a la muerte. Caminaba hacia la muerte con valor. Cuanto más se aproximaba a la muerte más valor sentía. La muerte ya no era una enemiga, era una amiga, estaba deseando conocerla. Si había llegado su momento quería disfrutarlo.
   A la mañana siguiente, el joven abrió los ojos. ¿Había muerto? Parecía que no. Estaba en la misma cama, la misma casa, el mismo cuerpo. Se miró al espejo y seguía igual que el día anterior. Entonces, no había muerto. Vio a su mujer y sus hijos y corrió a abrazarlos sin decirles por qué estaba tan feliz. Aquel día trabajó con gran alegría, disfrutó con sus amigos como nunca y se sintió enormemente feliz con su familia y su casa.
   A la semana de aquella experiencia el joven fue a ver al maestro Zheng. Se encontraba a las puertas del templo meditando.
   _Maestro, hace una semana me dijiste que moriría cuando llegara la noche, pero como puedes ver no he muerto. Sin embargo he perdido el miedo a la muerte. Aquel día sufrí una enorme angustia al sabe que iba a morir, traté de evitar pensar en ello, alejarme de esa idea, pero volvía una y otra vez. Así que decidí hacer frente a la muerte, plantarle cara. Todo el día lo viví dirigiéndome hacia la muerte, cerrando todos los asuntos que tenía abiertos pues no deseaba despedirme dejando cargas a mi familia. Así que cuando llegó la noche me encontraba en paz, había perdido el miedo a la muerte. Desde entonces, procuro aprovechar el día al máximo, dejo todos los asuntos cerrados y no pierdo la ocasión de decirle a mi familia y mis amigos cuánto los quiero. Cuando llega la noche tengo la sensación de haber aprovechado el día al máximo y no me importaría morir esa misma noche porque estoy en paz conmigo mismo y con todo el mundo. Quería saber por qué me dijiste que iba a morir si sabías que no era así, maestro.
   El maestro alzó las manos y con gran parsimonia habló.
   _Cada noche mueres, pero no temes a la muerte sino a una vida incompleta. Ahora has aprendido a valorar cuanto te rodea y a ser un hombre de provecho. Cuando llegue tu muerte será una experiencia tan placentera como lo son las noches, pues cada noche mueres.
   _Entonces, maestro, el miedo a la muerte es el miedo a la vida y cuanto más huimos de la muerte, más cerca nos encontramos de ella.
   _La muerte feliz es el premio a una vida plena, como la noche feliz lo es al día pleno. Busca la plenitud y alejarás el miedo a la muerte. Busca una vida ruin y la muerte te atormentará.

1 comentarios:

  1. La muerte no es sino una puerta a la que todos hemos de llamar y que el día que se abra a otro maravilloso mundo nos hará transitar ...

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