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30/5/11

Calentones de altos vuelos

Era un vuelo de rutina entre París y Londres, de los que hacía dos o tres veces al mes. Cogí el Figaro a las puertas de la aeronave y me entretuve ojeándolo consciente de que la corta duración del vuelo no me daba tiempo para nada más que eso. Aquel día llevaba una prisa terrible, había quedado con un cliente y no quería defraudarlo, así que pensé en preparar mi equipaje de mano mientras el avión se aproximaba al aeropuerto. Son las confianzas que uno se toma cuando viaja con asiduidad, aun sabiendo que no está permitido. No tardó en acercarse una auxiliar de vuelo y corregirme en perfecto inglés. Era guapa, pero se mostraba muy seria. Me recordó a Halle Berry, tanto su bonita cara como su generosa delantera. Le dije que solo quería recoger mi equipaje y no me dio tiempo a seguir hablando. Con un movimiento contundente cerró el portaequipajes y me volvió a ordenar que me sentara y me abrochara el cinturón. Hacía tiempo que no recibía órdenes de nadie, así que me sentí airado por el agravio y me negué a sentarme hasta que no tuviera el equipaje conmigo. Era una cuestión de obstinación. Fue cuando me sujetó el brazo a la espalda ante la mirada inquisitiva de todo el pasaje. Aquella chica tenía una fuerza considerable. Supuse que había recibido un curso de defensa personal para personal de vuelo. De alguna manera mis fuerzas se desvanecieron y creí conveniente rendirme. Entonces me llegó su aroma. La tenía detrás de mí, sujetándome el brazo y apoyando su pecho en mi espalda. Noté que las costuras del pantalón se me tensaban. Como estoy acostumbrado a los negocios tensos, pensé en hacerme dueño de la situación. Esbocé una sonrisa y me giré hacia ella. Con mi inglés, un tanto castizo, le dije: "si querías abrazarte a mí no tenías más que haberlo pedido". Entonces el pasaje prorrumpió en una carcajada y ella se sintió ruborizada. La ayudé a cerrar el portaequipajes y continué con la guasa: "toma mi tarjeta por si quieres otro achuchón en otra ocasión más adecuada". Ella se fue con los compañeros de cabina y yo esperé a que el avión tomara tierra y se vaciara del pasaje para disculparme con ella. Le dije que iba con mucha prisa y ella me contestó que solo hacía su trabajo. Yo le dije que iba a estar unos días en Londres y ella, que también. Tomó mi tarjeta y me dio su número de teléfono. Al día siguiente pude comprobar que no había desaprovechado las clases de defensa personal, estaba fuerte y sabía imponer su voluntad, sobre todo cuando se trataba de dirimir quién se ponía encima de quién.

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