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23/6/11

El payaso recaudador

   Se aproximaba la hora de la comida, aunque era invierno el sol radiaba con intensidad. Era carnaval y el jolgorio y la algarabía habían tomado las calles de aquella pequeña ciudad. Pasacalles, charangas, comparsas y desfiles se mezclaban con disfraces más o menos elaborados. El alcohol mezclado con el calor hacía que a esa temprana hora ya caminasen los primeros ebrios trastabillando por las aceras. Veinte minutos antes de que una sucursal bancaria cerrase sus puertas, vio entrar a un payaso de aspecto simpático e inofensivo. Apenas hizo que algún empleado se girase con la sonrisa en la boca.
   _¡HOLA, HOLA, HOLA! ¡SOY EL PAYASO RECAUDADOR Y HE VENIDO A POR TODO EL DINERO! _Dijo con voz divertida, pero con un tono firme y enérgico que preludiaba lo que nadie deseaba.
Puso un saco vacío sobre una mesa y le dijo al empleado que lo llenase con todos lo billetes sueltos que tuviera a mano. El empleado comenzó con la retahíla memorizada en la que le decía que todo estaba bajo llave, que ningún empleado la tenía, que la caja se abría con retardo. El payaso cerró los ojos y sacó dos pistolas de sus enormes bolsillos.
   _¿Pero por qué me has tenido que decir eso? ¿No ves que venía a alegraros el día? Yo solo quiero el dinero del banco. No tenía nada contra vosotros hasta ahora. ¿Veis lo que habéis hecho? Ahora estoy enfadado. He tenido que sacar mis armas y no quería hacerlo.
Dos empleados observan con preocupación las pistolas hasta que ven una protuberancia en la boca del cañón en cada arma.
   _Son de juguete _farfulla el muchacho a su compañera.
   _Es verdad, son pistolas de agua _dice de forma que le pueden escuchar el resto de empleados.
   _¡Vaya, vaya, vaya! _dice el payaso montando en cólera _con la cantidad de personas normales que hay en el mundo y me han tocado a mí los putos héroes. Y yo que había pensado que erais de los que adoran a su familia. De los que no quieren problemas y quieren volver a casa enteros. ¡QUÉ DECEPCIÓN! _gritó con una voz estentórea que parecía emanar de un animal embravecido.
   Uno de los empleados había avanzado unos pasos en dirección a él a sus espaldas. El payaso se giró.
   _¿Tú eres el héroe? ¿Cómo te llamas? _dijo con un rostro contrito.
   _Sa... muel.
   _Bien, Samuel. Como me caes bien voy a hacerte un favor. Voy a evitar que cometas el mayor error de tu vida. Pon esos papeles en el suelo. ¿Quieres?
Samuel obedeció sin dilación.
   _Y ahora, apártate.
   El payaso, que no había perdido su pose grotesca con las dos pistolas apuntando al techo, apuntó con ellas a los papeles y lanzó sendos chorros de un líquido transparente a los papeles.
   Al instante comenzó a emanar un denso vapor que deshizo los papeles y buena parte del suelo.
   _Como veréis, no estoy para bromas. Hemos perdido un tiempo precioso que vais a tener que recuperar llenando ese saco a toda velocidad si no queréis que os fría la cara de imbéciles que tenéis en este momento.
   Así que, ¡LLENADLO DE UNA PUTA VEZ!
   Los empleados corrieron a empellones para llenar el saco con fajos de billetes de distinto valor, todos ellos usados.
   _Ahora abridme la puerta con amabilidad y volved con vuestras familias a disfrutar del carnaval. Dad recuerdos DEL PAYASO RECAUDADOR.
Según salía por la puerta roció el suelo con el líquido de las pistolas y bañó el local de vapor irritante.
   El payaso desapareció confundido entre la muchedumbre de disfraces haciendo muecas y gestos payasescos. A apenas quinientos metros, un tipo vestido de hombre-lobo con una pequeña mochila a la espalda se cruzó con varios coches de policía con sirenas y luces de urgencia. Se permitió lanzarles un ataque lobezno que se ganó el aplauso y las risas de los presentes. Ninguno de los policías sabía que aquel hombre-lobo hacía cinco minutos había salido disfrazado de payaso de una sucursal y se había ido desprendiendo de su atuendo y tirándolo a papeleras por el camino. Tampoco sabían que en su pequeña mochila cabían los ciento cincuenta mil euros que acababa de conseguir en el atraco al banco.

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