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28/7/11

Mamá, prometo ser bueno

   Grisel era un niño adorable. Al menos, delante de sus padres.
  Cuando tenía dos años fue adoptado por unos padres encantadores que no podían tener hijos. Era un muchacho angelical, con la piel blanquecina y el pelo tan negro como la antracita. Desde que lo vieron en el centro de adopción se quedaron prendados con él, así que no dudaron a la hora de adoptarlo. Al principio les parecía demasiado frío, pero supusieron que sería cuestión de tiempo que empezase a ser cariñoso con ellos. Tardó años en tener gestos de afecto hacia sus padres, pero al final pudieron tener la recompensa de sentir un beso o un abrazo de su hijo. Desde que comenzó la escuela tuvo algunos problemas con otros muchachos. Algunos lo retaban aprovechando su inferioridad física y él no contestaba hasta que encontraba el momento de vengarse de sus ofensas. Pero aprendió a fingir ser amigo de los líderes para que lo dejaran en paz, aunque en realidad los odiara con toda su alma.
   Con cinco años cazaba y descuartizaba insectos. A los siete hacía lo propio con ranas, ratones, cobayas o palomas. A los diez, eran perros y gatos. Solía hacerlo cuando nadie lo veía, por lo que era capaz de pasar desapercibido.
   Tenía doce años cuando sus padres tuvieron que dejarlo solo en casa durante unas horas mientras acudían a un funeral. Quisieron evitarle el mal trago de presenciar la dolorosa escena y prefirieron dejarlo solo. Estaban seguros de que era suficientemente mayor como para no cometer ninguna travesura.
  _Mamá, prometo ser bueno _dijo con la mayor expresión de bondad que encontró entre su nutrido repertorio.
   _Lo sé, cariño. Si necesitas algo llámanos al teléfono. No lo dudes _contestó su santa madre.
   A unos cinco minutos a pie de la casa de Grisel vivía un muchacho llamado Gualterio, que tenía dos años más que él. Hacía una semana Grisel había cruzado de forma inconsciente la pista de baloncesto mientras jugaban chicos mayores que él. Alguno de ellos lo increpó para que saliera, pero él iba absorto en sus pensamientos. Fue cuando Gualterio, un gigante que parecía varios años mayor le dio un empujón que lo hizo volar varios metros antes de caer de forma ridícula de espaldas.
    _La próxima vez estarás más atento _dijo Gualterio con indulgencia.
  Grisel se guardó el rencor y la vergüenza, el odio y la humillación. Dejó que macerará un odio inconmensurable en su interior.
   Aguardó quince minutos para que se alejaran sus padres lo suficiente y fue a la cocina. Tomó un cuchillo de grandes dimensiones y lo guardó en el forro de la chaqueta.
   Se dirigió hacia la casa de Gualterio cuando el sol luchaba por ocultarse bajo el horizonte.
   Gualterio vivía en una casa de dos plantas rodeada por una cerca que se podía saltar con facilidad. Grisel se aseguró de que no lo veía nadie y saltó al interior de la propiedad. Escrutó el interior de la vivienda a través de las ventanas. No vio a nadie en la planta baja y en la alta solo había una luz encendida. Con ayuda del cuchillo logró abrir una de las ventanas de la planta baja y deslizarse al interior sin alertar a nadie. Estaba oscuro. Escuchó música en la planta superior y se dirigió por la escalera evitando tropezar con obstáculos.
   Gualterio hacía poco que había llegado de entrenarse en baloncesto, acababa de darse una ducha y salía secándose el pelo del baño cuando notó algo a sus espaldas.
   Se giró sorprendido y vio cómo un pequeño moreno saltaba a su cara cuchillo en mano gritando como una bestia sobrehumana. A pesar de su escaso tamaño, la potencia de su salto consiguió derribar a Goliat y sentarse sobre su pecho mientras intentaba clavarle el descomunal cuchillo sin dejar de chillar. Gualterio se protegía como podía de las embestidas del pequeño demonio.
   _¡Prometo estar más atento! ¡Gualterio! ¡Prometo estar más atento!
   Gualterio gritaba sin articular palabra. Durante lo que pareció una eternidad, Grisel arremetió contra él sin piedad intentando que la hoja de acero acertara entre los brazos a atravesar su cara.
   Entonces fue cuando Grisel sintió que unos brazos lo sujetaban por la espalda sin mucha fuerza. Se quedó petrificado. Entonces comprendió que el anciano abuelo de Gualterio debía de estar dormitando en alguna habitación y no había reparado en él. Tal vez se había cruzado con él en el salón y no lo había visto a oscuras. Cuando supo que era un anciano lanzó un escalofriante grito que cortó el aire como si se hubiera solidificado. Gualterio aprovechó la ventaja para sujetar al demoniaco muchacho con los brazos a la espalda.
   Cuando los padres de Grisel recibieron la llamada de la policía no se lo podían creer. Fueron a la comisaría y se encontraron con Grisel flanqueado por dos policías que no le quitaban el ojo de encima.
   _Mamá, yo no he hecho nada. He sido bueno, mamá.
   _Pero ¿qué ha pasado aquí? _preguntó la santa _Tiene que tratarse de un error. Mi Grisel no ha podido hacer daño a nadie.
   Poco a poco fueron demostrándole que estaba equivocada. El padre de Grisel se quedó mirando el cuchillo de cocina guardado en una bolsa transparente, con pequeñas marcas de sangre.
   Afligidos, los padres salieron de la comisaría con Grisel de la mano. No se explicaban qué había podido pasar.
   Por el camino se cruzaron con un matrimonio que acompañaba a un muchacho alto que tenía vendas en los brazos y varios cortes en la cara.

3 comentarios:

  1. Anónimo9:25

    Afortunadamente, cuando los niños dicen que van a ser buenos lo suelen ser... a veces.

    Tuti

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  2. Pilar Sevilla21:32

    esa risa era...¿maligna??¡¡

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