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24/9/11

Manolo Caracol II


Viene de Manolo Caracol I

     Manolo había construido el que sería su hogar durante la siguiente etapa de su vida. Animado por las palabras de sus amigos y colaboradores había trazado un plan que consideraba perfecto. Había construido una casa portátil a base de montar un cajón gigante sobre un carro con dos ruedas. Ese cajón tenía unos pequeños ventanucos y varios compartimentos para guardar enseres y víveres. Su plan consistía en llegar a la capital, al mismísimo despacho del ministro que le había negado ayuda. ¡Se iba a enterar! Para ello pensó que no podía viajar en tren o en avión ni alojarse en hoteles. Necesitaría pasar desapercibido. Y qué mejor forma que camuflarse en el interior de un vetusto carro de madera. Durante varias semanas había elaborado los detalles del plan y los había escrito en un cuaderno. El plan consistía en desplazarse por las noches, cuando todo el mundo estuviera durmiendo y en confundirse con la población durante el día para comprar los alimentos que necesitase. Pasaría la mayor parte del tiempo en el interior del cajón que había montado sobre el carro.
     Manolo había despertado en un pequeño poblado a escasos kilómetros de su hogar. Se lamentó de su escasa resistencia. Aquello iba a ser más duro de lo que esperaba. El carro no pesaba excesivamente, pero apoyado sobre dos ruedas y tirado por fuerza humana se hacía incómodo de llevar. De tal forma que se cansaba demasiado pronto. Volvió a despertarse con las voces inconfundibles de niños camino de la escuela.  Algunos incluso dieron pequeños golpes en el carro. Había aparcado el carro en una calle que parecía poco transitada, pero estaba en el camino que iba hacía la escuela. Pensó que tal vez no debía haber tomado aquella decisión. Fue la primera vez que se arrepintió. No sería la única.
     Salió del cajón y decidió ir en busca de comida. Cerró el cajón con un grueso candado y buscó una tienda en aquel pueblo que nunca antes había visitado. Tenía la sensación de estar llamando la atención continuamente. Seguro que aquella gente sabía su plan, pensaba.
     Encontró un bar abierto y entró a desayunar. Quizá fuera mejor aquel bar que la soledad enclaustrada del cajón. Pidió un café y una tostada. No le gustó cómo le miraba el camarero aquel. Tal vez se había olido algo.
     En una pequeña tienda compró varias latas de conservas, una hogaza de pan y una botella de vino. Tampoco le gustó la mirada de aquella mujer. Sería mejor que se refugiara en el carro antes de que lo descubrieran. Apenas anocheciera partiría de aquel maldito pueblo. Se cercioró de que nadie lo veía entrar al cajón y se deslizó al interior. Intentó echar una cabezada pero todo el mundo parecía conspirar contra su descanso. Volvió a pensar que no tenía que haber tomado esa decisión. Al fin y al cabo, su mujer y su hija iban a permanecer en coma hiciera lo que hiciera. Nada iba a cambiar.
     Durante todo el día estuvo en el maldito interior de aquel viejo cajón, comiendo y pensando. Pensando y comiendo. Antes de la medianoche repasó todo su equipaje. La comida, la ropa, las herramientas, la gasolina, la escopeta de cañones recortados.

Continúa en Manolo Caracol III

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