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3/10/11

El terrible ataque de los mercados asesinos

El discurrir de las noticias avanza como una novela de acción por capítulos en la que los heroicos Estados luchan con denuedo contra los terribles mercados asesinos. Alguien podría preguntarse quiénes son esas criaturas terroríficas que ponen en jaque a Estados enteros, que hacen tambalear las bolsas de todo el mundo o que dictan cuánto vale la deuda pública de un país. Es entonces cuando descubres que bajo ese epígrafe se esconden todos los inversores del mundo, desde el particular que compra un puñado de Bonos del Estado a las grandes corporaciones financieras que hacen enormes inversiones. Estas últimas son, claro está, las que tienen un efecto más decisivo en el devenir del mercado de la deuda. La deuda pública viene a ser un crédito que pide el Estado a ciudadanos y corporaciones privadas para sufragar sus gastos. Como está feo eso de que un Estado pida dinero prestado le cambian el nombre y dicen que "venden deuda pública" bajo sugestivos nombres comerciales como "Letras del Tesoro" o "Bonos del Estado". Los particulares que compran esos productos lo que hacen es entregar dinero al Estado a cambio de un papel. Sí, un papel en el que prometen devolverte el dinero que le has prestado, más los intereses del momento. Si un Estado tiene la economía hecha jirones tendrá dificultad para devolver ese dinero que le prestaron los particulares. Ese es el riesgo que corre el inversor. Por tanto, cuando aumenta el riesgo de perder la inversión aumenta también el interés que deberá pagar el Estado a los particulares que le prestaron dinero. Si un Estado ha vivido por encima de sus posibilidades, falseando las cuentas, endeudándose de forma abusiva y descuidando la producción interna entra en un círculo vicioso que lo hace poco apetecible para los mercados. Entonces se verá obligado a aumentar aún más el precio que paga por el dinero prestado y así hasta el infinito. Culpar a los mercados de esta situación es una forma de quitarse la responsabilidad que tienen los Estados. En todo caso, la culpa es de un sistema permitido y hasta aplaudido por los políticos de todo el mundo hasta el advenimiento de la crisis. La situación es injusta para los Estados, pero es el sistema lo que debe cambiar a través de organismos mundiales que regulen la economía y que eviten la caída de las economías estatales y de la especulación salvaje.

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