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4/11/11

El ángel exterminador

     El ángel exterminador acababa de arribar a una aldea de pastores aislada donde se decía, residía el mal. Llegó montado en su caballo Thor tan negro como la antracita. Un grupo de niños curiosos se le acercó, pero el ángel exterminador no mostró ninguna simpatía hacia ellos, de modo que fueron corriendo en busca de los adultos. Cuando el jefe de la aldea salió en busca del ángel, este ya se había internado en sus calles.
     _¿Qué deseas, forastero?
     _Busco a Bergen. Traédmelo y me marcharé en paz.
     _El joven Bergen pertenece a esta aldea y se quedará en ella _replicó el jefe.
     _Si adoptas esa decisión, serás responsable de las consecuencias.
     _Esa es mi decisión, forastero.
     _Así será.
     El ángel exterminador se puso en marcha imperturbable. Se movió con quietud por las abruptas calles de la aldea ante la mirada desafiante de sus habitantes, hasta que vio a un joven.
     Se detuvo frente a él.
     _¿Bergen?
     El joven se giró y corrió montaña arriba. El ángel exterminador azuzó a su caballo y no tardó en darle alcance. Lo levantó con una mano y lo montó en el caballo. Cuando se giró vio a varios pastores armados con hachas y garrotes haciéndole frente.
     El ángel desenvainó su descomunal espada y dieron un paso atrás.
     _Nadie más debe morir _sentenció el ángel.
     Entonces, el jefe de la aldea dio la orden de hacerle frente. Una lluvia de piedras golpes y cayó sobre el exterminador haciéndole retroceder.
     De pronto, el exterminador lanzó un estentóreo grito animal surgido de sus entrañas que dejó paralizados a los atacantes. Bajó del caballo y colocó a su prisionero de rodillas ante la atónita mirada de los pastores inermes. Le dijo algo al oído.
     Sin demora, colocó un pañuelo en los ojos del prisionero, se alejó un paso de él y enarboló su enorme espada.
     Fue un movimiento rápido de la espada que produjo un silbido aterrador.
    La cabeza cercenada cayó al suelo y rodó por la pendiente hasta quedar detenida a los pies de un pastor.
     El ángel exterminador volvió a sus monturas y se alejó sin premura. Nadie osó interponerse en su camino.
     Regresó a su poblado, limpió la espada, bañó a su caballo y a los pies de la cama rompió a llorar desgarrado.
     Antes de que cayera la noche fue a la choza de Leyna. Ella le ofreció una copiosa cena y una jarra de barro con vino miel. Devoró la carne y absorbió el vino con fruición mientras se deleitaba con la figura de la joven. Sin delicadezas, le arrancó la ropa y fornicaron salvajemente hasta que él cayó rendido en la cama.

* * *

     Al día siguiente fue a ver al Rey Leopold, conocido como el Rey de las rocas. Se postró a sus pies con respeto.
     El rey hizo un gesto con la mano y se irguió.
     _Majestad, he cumplido vuestro mandato. Ahora deseo saber de ese joven.
     _Ay. Tú siempre tan justo con esas alimañas. ¿Acaso no tienes fe en tu rey?
    _Tengo fe profunda en vuestra majestad, mi rey. Pero mi conciencia me impide descansar. Tal vez si conozco los demonios de aquel joven logre descansar.
     _Te tengo dicho que acudas al sacerdote. Él absolverá tu alma de todo pecado.
     _Lo hice, mi rey. Pero mi alma sigue perturbada.
     _Bien. Soy rey de unas tierras yermas y abruptas. Aquí casi todo es montaña. Tenemos poca riqueza, pero a cambio gozamos de una paz duradera. Los enemigos no se interesan por estas tierras muertas difíciles de conquistar. Pero un rey siempre debe mantener el orden en su dominio. ¿Lo sabes?
     _Sí, majestad.
     _Una alimaña puede corromper a todo un reino si se le deja que extienda su putrefacción. Por ello debo tomar decisiones duras pero necesarias. Esa alimaña que valientemente ajusticiaste en el día de ayer era un repugnante violador de niñas, que aprovechaba las noches de luna llena para realizar incursiones en la aldea vecina y profanaba sus cuerpos indefensos. Tres familias habían denunciado las violaciones de sus hijas y todas coincidían en la descripción del malhechor. ¿Te aseguraste de que era él?
     _Sí, majestad. El mal estaba grabado en su rostro. Faltaban todos sus incisivos y lucía una horrible amputación en la mano izquierda. Coincidía sin ninguna duda con la descripción de vuestra majestad.
     _Eres el ángel exterminador de este reino por la gracia de Dios. Eres una bendición que nos libra de los seres malignos que el demonio envía para gangrenar nuestro amado reino. Todo el reino está en deuda contigo.
     _Gracias majestad. Esta noche mi conciencia descansará libre de todo pesar.
     _Lo celebro.

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