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12/11/11

Noventa días de tormenta

     Comenzó un día de forma inesperada. 
     Súbitamente, el cielo se cubrió de nubes negras. Después de seis meses de sequía algunos alzaron los brazos al cielo en señal de agradecimiento.
     Pero la tormenta se quedó.
     Fueron pasando los días y la intensa lluvia barrió la localidad con inclemencia. Primero se llevó la suciedad y el polvo incrustados durante meses. Después se llevó la actividad del pueblo. Finalmente lo desposeyó de toda esperanza.
     Nunca nadie había conocido una lluvia igual. Pasaban los meses y la lluvia no amainaba, no hacía pausas. Casi nadie salía a la calle. Las vidas lúgubres se desarrollaban en la intimidad de los hogares y en los escasos locales que abrían. En la iglesia se decía que era una maldición. Que tenían que haber disfrutado de la época de bonanza y no lo habían sabido hacer. Que no habían sabido prepararse para la llegada de la lluvia. Ahora Dios los estaba castigando. Tenían que haber preparado aquel dique de contención que hoy les estaría guardando las aguas y evitando inundaciones.
     En la oficina de observación meteorológica no tenían esa visión. Decían que se habían juntado todas las causas probables para que la tormenta se instalase sobre ellos de esa forma. Decían que había algo en la región que estaba alimentando a la tormenta y por eso se resistía a marcharse.
     Unos y otros comenzaron a mirarse con suspicacia. Pero las esperanzas marchitas de nada servirían. Nadie quería organizarse porque creían que no serviría de nada.
     Quién tendría el valor de trabajar bajo aquella lluvia infame.
     Fue en la iglesia. Un joven, conocido por su rebeldía, alzó la voz. Reprendió a sus paisanos por limitarse a rezar, mientras podían estar trabajando para solucionar aquello. Cualquier cosa que hicieran sería mejor que estar allí parados. El párroco animó a los jóvenes a trabajar para la comunidad.
     Eso hicieron.
     Bajo la lluvia impenitente docenas de jóvenes se lanzaron a llenar sacos con tierra empapada. Por algún motivo creían que contener el río detendría la lluvia. Con denuedo trabajaron hasta que la noche los vencía. Construyeron un dique en un tiempo insólito. Las aguas bravas comenzaron a alejarse de la localidad y a fluir con calma lejos de allí.
     Los mayores se atrevieron a ver el trabajo de los más jóvenes. Contemplaron aquel pantano artesanal que acumularía agua para la próxima sequía que los amenazara.
     Entonces dejó de llover. En la iglesia se dijo que Dios estaba esperando a que guardaran las aguas. Pero en la oficina de observación arguyeron que el desvío del río había afectado al clima local desviando la tormenta.

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