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26/11/11

Vivir al límite

Alguna vez me he preguntado si tiene sentido arriesgar la vida intentando alcanzar algo tan inhumano como la cima de una montaña. La respuesta final es que si tiene sentido para esas personas, entonces tiene sentido. Esas personas arriesgan sus vidas, pero no lo hacen en balde. Ellos no se limitan a conquistar puntos inexplorados, además están explorando los límites del ser humano. En la medida en que se gana altitud la atmósfera se va haciendo menos densa y por tanto más fría. Ese efecto es descrito por la Ley de Boyle. Esa circunstancia hace que en las cimas de las montañas más altas del planeta disminuya la proporción de oxígeno a la par que desciende la temperatura. Contra el frío se puede luchar a duras penas gracias a las prendas resistentes de alta tecnología que existen hoy día, aunque la lucha será siempre desigual. Pero la falta de oxígeno es un problema más difícil de solucionar, porque los montañeros más avezados prescinden de las botellas de oxígeno. El cuerpo es capaz de aclimatarse al aire de alta montaña permaneciendo durante varios días expuesto a él, pero el problema está en que por encima de siete mil quinientos metros el oxígeno es tan escaso que el cuerpo entra en un estado que no es capaz de soportar durante mucho tiempo. Las montañas más altas sobrepasan esa altura en más de mil metros. Una vez que rebasan esa altura saben que el tiempo comienza una cuenta atrás. Si exceden ese tiempo su vida está comprometida gravemente. Todos debemos estar en deuda con estos grandes exploradores, sin los que el conocimiento del ser humano y del planeta sería más precario.

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