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11/12/11

Tal vez el raro sea yo

Recuerdo bastantes ocasiones en las que me he visto discrepando con el común de los que me rodeaban, especialmente en la época de colegial. De alguna forma yo solía ser el elemento discrepante, la china en el zapato de aquellos que gustan de organizar linchamientos. La ocasión más evidente y más extraña sucedió un día a la entrada al colegio, en el turno de tarde. A esas horas solía haber siempre una o varias peleas infantiles con sus correspondientes corros de curiosos y jaleadores. Cuando llegué ya estaba iniciada.
En seguida vi a los que estaban repartiéndose puñetazos. Uno era el chico nuevo de la clase, un repetidor. El otro me era más conocido, el matón de la clase, con quien yo mismo había tenido varios encontronazos. Allí estaban repartiendo estopa.
La pelea terminó con el inesperado resultado de que el repetidor untó el morro al matón. Entonces comenzó la infamia. Las decenas de aduladores que habían rendido pleitesía durante meses al matón, se marchaban coreando y jaleando al repetidor. Su nuevo líder.
El matón se quedó solo, con dos lagrimones resbalando por el rostro.
Aquella escena me produjo repugnancia. Ya se había llevado la humillación de verse reducido por otro contendiente. No era necesario someterlo a más desprecio. Así que me quedé con él. Tal vez el raro sea yo. Pero no soportaba tanta hipocresía. El matón y yo nos estábamos retando constantemente y muchas llegábamos a los puños, pero no por eso sentía la necesidad de hundirlo.
Creo que algo dentro de mí me decía que hay que estar del lado de los débiles. Y en aquel instante, el matón se había convertido en el débil.


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