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13/1/12

No todas eran iguales

A primera vista solo podía vislumbrarse una constelación de escotes, minifaldas, maquillaje en profusión y horas de peluquería con más o menos acierto. Sí, belleza y seducción a primera vista. Pero qué había tras esa máscara de chicas facilonas. Tras un rato de tonteo y si todo salía bien, aquello acababa en un lugar oscuro con las manos bajo su ropa. Con suerte acabarían sin ropa y desenfundando la protección. Y si no, se intentaría en la siguiente cita. Y después nada. Una vez que agotaban lo que tenían que dar solo quedaba una imagen grotesca y patética. Pero aunque todas parecían seguir el mismo rollo, no todas eran iguales. Detrás de aquellas chicas lanzadas siempre se escondía una tímida, que pasaba inadvertida. Parecía como si una mano maestra hubiera distribuido una chica tímida por cada grupo. Había que hacer un esfuerzo por no sucumbir a los placeres fáciles, apartar aquella exuberancia que se vendía sin dificultad y llegar a ellas. A las chicas tímidas. Siempre había una. Iba más tapada que sus amigas, no flirteaba abiertamente, aunque con su sonrisa sutil te decía si le habías gustado. Aquello no era cuestión de una noche. Si intentabas tocar más allá de lo permitido te exponías a un empellón. Mientras los apasionados por lo fácil se ponían las botas degustando un chupito de garrafa cada noche, a los que preferimos el whisky Tennessee íbamos descubriendo los matices a roble y carbón con cada pequeño sorbo. Aquellas chicas eran las que de verdad tenían algo que ofrecer más allá del primer revolcón. Era una aventura de largo recorrido en la que cada día descubrías algo nuevo que te sorprendía y que te conminaba a seguir descubriéndola. 

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