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26/2/12

Conspiranoia

Nadie tiene la culpa de creer en las mil y una teorías de la conspiración. Al fin y al cabo ofrecen respuestas a preguntas que todo el mundo se hace. El problema es que las respuestas que brinda están equivocadas o simplemente manipuladas. Lo que sí considero inaceptable es que haya personas que se lucran vendiendo bazofia en forma de literatura o documentales en los que se tergiversa o manipula la información para inducir una línea de pensamiento acorde con sus postulados. Poco importa el fenómeno estudiado, porque hay teorías de la conspiración para todos los gustos, que existe un gobierno mundial en la sombra, que buscan dominar a la humanidad implantando chips en el cerebro, que los atentados del 11 de septiembre fueron orquestados por el propio gobierno, que el hombre jamás llegó a la Luna, que los extraterrestres ya se encuentran entre nosotros y nos lo están ocultando los poderosos, que hay aviones rociando la atmósfera con sustancias tóxicas para envenenar a la población, que hay centros que están manipulando el clima, que la crisis ha sido creada a propósito, etc. Para cada pregunta hay una teoría de la conspiración que le encaja. Y como el hombre prefiere una respuesta equivocada antes que el vacío de la duda, pues tiende a agarrarse a estas rocambolescas teorías. 
Pero cómo distinguir una teoría científica, acertada o equivocada, de una simple fábula surgida de la mente de un farsante. Para empezar, toda la producción científica se publica en revistas o bases de datos científicas, de las que hay cientos, como las revistas Nature, Science, etc. En segundo lugar hay que distinguir las personas y los medios que secundan dichas teorías. La ciencia suele ser pública y por tanto impregna a los medios de comunicación, las universidades y cientos de asociaciones de investigación. En cambio, las teorías de la conspiración solo son divulgadas por medios marginales, como algunos programas esotéricos de radio o televisión, y algunas revistas en la misma línea. Lo mismo sucede con las personas que siguen estas teorías. La mayor parte vive directa o indirectamente de su difusión. La mejor forma de detectar estas farsas consiste en saber cómo se produce la verdad científica y cómo se difunde. Pero el profano puede emplear otros medios como por ejemplo preguntarse si considera más creíbles las tesis de unos cuantos vendedores de fantasía que las de toda una comunidad científica formada por millones de personas adscritas a centros de investigación, universidades y publicaciones científicas por todo el mundo.

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