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22/3/12

El efecto 2000

Caos informático
Cuando se aproximaba el final del año 1999 comenzó a hablarse del Efecto 2000, un riesgo objetivo provocado por la obsolescencia de los sistemas informáticos de todo el mundo. Por falta de previsión, los ordenadores estaban diseñados para reconocer el año en curso por sus dos últimas cifras, (98, 99, etc.) lo cual hacía que no distinguieran entre 2000 y 1900. Eso podía hacer que los ordenadores dejasen de cumplir sus funciones al finalizar el año, si entendían que en lugar de avanzar un año se había retrocedido un siglo. No pasaría nada si ese ordenador era de un particular, pero si ese ordenador gestiona el tráfico aéreo o la masa crítica de una central nuclear, la cosa cambia. Sin embargo, legiones de informáticos se pusieron manos a la obra para evitar que sucediera ninguna catástrofe. Y así sucedió. Cambio el año y nada sucedió.

¿Cambio de siglo?
Pero el cambio de año nos trajo otra fiebre menos objetiva, aunque convertida en realidad. Al albor del cambio de digitación que conllevaba el cambio de año en todos los calendarios, todo el mundo se lanzó en masa a defender que cambiaba el siglo y, por ende, el milenio. Los pocos que sosteníamos que el siglo XX y el segundo milenio terminarían cuando terminase el año 2000, y no cuando empezase, quedamos reducidos a la excepción ante el abrumador poder psicológico que despertaba ese cambio de digitación. Para todo el mundo, si cambiaban los cuatro dígitos de la numeración anual, cambiaba el milenio. Se organizaron celebraciones por todo el mundo que se rige por el calendario gregoriano. Y nadie quería que un escrupuloso de la cronología le aguara su fiesta. Para los que creían que cambiaba el siglo y el milenio no les valía ni la más sesuda reflexión. Cuando la cuenta era sencilla, dos mil años no terminan hasta que no se terminan los dos mil años. Igual que dos mil kilómetros no terminan hasta que no terminan los dos mil kilómetros o que dos mil euros no terminan hasta que no me han dado el último céntimo del dosmilésimo euro, etc. Pero ese análisis sosegado no producía efecto alguno en quien ya tenía decidido celebrar la llegada del tercer milenio con trescientos sesenta y cinco días de antelación. Al final los defensores del 2001 como el primer año del tercer milenio ante la abrumadora mayoría de dosmilmaniacos. Por suerte, siempre quedará Arthur C. Clarke como defensor del 2001 ¿Nadie se preguntó por qué eligió ese año para su gran obra?

¿El fin del mundo?
Como cabía esperar, estos hechos eran demasiado suculentos para que no fueran aprovechados por los conspiracionistas más desaprensivos. Siguiendo su lógica: Caos informático + cambio de milenio = fin del mundo. Tuvo que llegar el uno de enero de 2001 para que volvieran a sus madrigueras a redactar el fin del mundo para 2012, ante la sublime decepción que debieron llevarse al comprobar que el mundo no se vaporizaba, que la estación espacial MIR no caía sobre ninguna ciudad o que las centrales nucleares seguían intactas. A falta de Mesías, todo el mundo quiere apuntarse a profetizar al socaire de acontecimientos como los narrados, que no tendrían mayor importancia si el ser humano no hubiera inventado eso que se llama calendario.

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