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19/4/12

La energía durante la oración

Entré a una iglesia atraído por su antigüedad y su valor monumental. El frío interior te marcaba como un rito de paso iniciático. Fuera, los paganos. Dentro, los creyentes. Fijé la vista en una lúgubre y diminuta capilla. En su interior se respiraba un silencio sepulcral. Si el tránsito del exterior de la iglesia al interior había sido sorprendente, el ingreso a la capilla fue estremecedor. En su interior solo había tres personas rezando. Una anciana, una mujer de unos cuarenta años y un joven con aspecto de nórdico, con melena y barba abundante. Los tres estaban absortos en su oración y no se inmutaban por la importunidad de los tediosos turistas que asomaban al umbral. Aquella concentración me conmovió. 
Alcé la vista y contemplé la imagen de una virgen cuya belleza estaba rota por el dolor. Me pregunté si sería esa imagen totémica la que facilitaba el rezo, o si era el aislamiento acústico y luminoso de la capilla. Lo cierto es que me sentí obligado a guardar respeto por aquellas personas que intentaban concentrarse en sus oraciones. Así que me acomodé junto a un muro, donde no molestaba, ni me molestaba nadie, y traté de relajarme tratando de sintonizar con aquellas personas tan distintas, pero tan próximas en su forma de relacionarse con lo trascendente. 
Entonces mi vista se relajó. 
Dejé de mirar y comencé a ver.
Allí había algo más que muros, figuras, personas y muebles.
Había energía.
Pero lo más sorprendente era que no solo se podía sentir, sino que podía vislumbrarse en torno a las personas que rezaban. Era sutil. Algo así como vapor. Como el efecto óptico del asfalto caliente sobre el fondo. ¿Era calor? ¿Sugestión? ¿Fantasía?
Pienso que no. Pienso que el estado de meditación que se produce durante la oración, en cualquier religión del mundo, hace que el cuerpo se convierta en conductor de la energía. Tal vez esta energía tenga la misma naturaleza que el calor, simples ondas electromagnéticas. Pero no creo que tenga ni el mismo origen ni los mismos efectos. Creo que cuando oramos nos convertimos en conductores de sensaciones, que absorbemos sensaciones y emitimos sensaciones. Que esa es la forma que tenemos de comunicarnos con aquello que nos trasciende, lo llamemos como lo llamemos.

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