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9/7/12

Trenes que parten

Desde la infancia las estaciones de tren siempre han ejercido sobre mí una poderosa atracción. Bien podrían haber sido los puertos o los aeropuertos, pero su lejanía me impidieron conocerlos. Sin embargo los trenes forman parte de mi biografía, como retratos periódicos que reflejan la evolución paralela de hombre y máquina. Cuando era niño acudía a la estación de mi ciudad, solo o acompañado, a ver partir trenes. Mirábamos los horarios y esperábamos a que llegaran los que más nos gustaban. Había un tren que llamaban 'tren rápido' que se movía arrastrado por una pesada locomotora verde, atravesada por dos líneas amarillas. Si estaba prevista su llegada, lo esperábamos con expectación. Verlo aproximarse a la estación desde la lejanía, cuando trazaba lentamente una curva y aparecía en el horizonte, era para nosotros una experiencia grandiosa. Luego reducía la velocidad y se detenía a escasos metros de nosotros con su rugido poderoso, que reflejaba su descomunal masa metálica. Y finalmente esperábamos a verlo partir, como una máquina de tiempo. Trasladado a otro espacio y otro tiempo. Creo que eso es lo que me fascina de las estaciones de tren y ahora también de los aeropuertos. Parecen máquinas de tiempo. Te introduces en un artefacto y te trasladas a otro tiempo y otro espacio. Al fin y al cabo esos aparatos te trasladan a otros lugares en unos tiempos imposibles para el hombre. En todo caso, subyace en mí la mirada inocente de aquel niño que contemplaba con sorpresa, como quien ve algo por primera vez, al contemplar los trenes y sentir su poder arrollador, de trasladarte en el espacio y el tiempo.

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