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15/8/12

El último resquicio de la cordura

¿Existe alguna diferencia entre un sabio ebrio y un necio embriagado? ¿Qué queda de la sabiduría tras la embriaguez? ¿Queda algo? ¿Permanece algún resquicio de cordura tras la locura del alcohol? Flotando entre nubes etéreas te diriges a tu carruaje, arrancas los quinientos caballos y los haces relinchar de una sacudida brutal. La velocidad del despegue te aplastan contra el respaldo y sientes un placer incontenible. No quieres parar. Pero la realidad de los caminos por los que transitas te devuelven a la realidad. Te hacen saber que no estás solo por aquellas calzadas. Encuentras un espacio ante ti y con una leve presión del pie derecho provocas una nueva aceleración. Estás devorando la carretera en una frenética paranoia que no quiere cesar. Los altavoces vomitan vatios, el tubo de escape vomita monóxido de carbono y tú vomitas ira. Aquello no tiene final. Pero entonces sientes que algo te detiene. Aprietas el acelerador, pero los caballos se limitan a relinchar. No corren más. Qué sucede, te preguntas. Tu cuerpo y tu mente parecen disociados. Cada vez lo tienes más claro. El carruaje se niega a acelerar. Entonces, cuando el último resquicio de cordura pasa fugaz ante tu mente, te recuerda que accionaste el limitador de velocidad, tal vez movido por tu instinto de supervivencia. El último resquicio de la sabiduría accionó aquel diabólico artilugio que ahora te impide volar. Y ahora que lo sabes y que puedes evitarlo, algo en tu interior te impide hacerlo. Y tu cuerpo se revela contra tu mente y presiona inclemente el pedal de aceleración consciente de su propia impotencia, de la inutilidad de su acción. Mente y cuerpo disociados. Mente empeñada en preservar la vida, cuerpo dispuesto a arriesgarlo todo por toneladas de placer al volante. Gana mente, pierde cuerpo.

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