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28/11/12

Calabazazos

La adolescencia, esa etapa de la vida, llena de ilusiones y estupidez, suele estar marcada por la búsqueda incesante de pareja. Muchas veces, acuciados más por la presión social que por las hormonas, los jóvenes corren en busca de alguien con quien compartir cama y, si surge, algo más. Como a esa edad no está desarrollado por completo el lóbulo prefrontal, no alcanzamos a comprender el alcance de nuestros actos. Por eso, los rechazos nos duelen como punzones bajo las uñas. Son las temidas calabazas. Ponemos todas nuestras esperanzas en la primera persona que tiene algún atractivo para nosotros, por nimio que pueda ser, y sentimos una enorme frustración cuando somos rechazados. Ni siquiera tenemos en cuenta las veces que somos nosotros quienes rechazamos con toda ligereza, sin tener en cuenta los sentimientos de la otra persona. Con el tiempo vamos descubriendo los motivos verdaderos por los que no encajamos en su día con aquellas personas; no habíamos nacido para estar juntos. Ninguno de los dos lo sabía en aquel momento, pero al menos uno se dejaba llevar por su mente irracional y rechazaba algo que no le inducía buenas sensaciones. La vida nos acaba enseñando que aquellas decepciones en realidad eran fruto de una absurda obsesión por alcanzar objetivos, aunque estos sean inapropiados. Por suerte, nuestra mente subconsciente nos preserva de decisiones que nos harían la vida más complicada aún.

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