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26/2/13

Cómo se ve el aura de las personas


En las sociedades occidentales la capacidad de contemplar el aura está atrofiada por la educación sensorial recibida desde la infancia. Pues es en la infancia cuando esta capacidad se desarrolla con mayor facilidad. Podemos decir que la única visión que aprendemos es la diurna enfocada. Pero con un adecuado entrenamiento y algo de sacrificio se puede recuperar otras visiones innatas del ser humano, como la visión nocturna o la vista desenfocada.
Para ello hay que elegir un buen momento y un buen lugar, porque si intentáramos visionar el aura de una persona, por ejemplo, sentada en el metro, no tardaría en acercarse a preguntarnos qué demonios estamos mirando. En nuestra vida cotidiana no podemos detenernos a mirar a ninguna persona, salvo que la hayamos advertido previamente, salvo que estemos dispuestos a ser confundidos con perturbados o retardados.
Pero antes de pasar a la forma ideal de contemplar el aura, debemos comenzar por saber de qué hablamos cuando decimos aura. Porque abundan las falacias y las exageraciones entre farsantes, de tal forma que muchos esperan ver el cuerpo rodeado de luces de neón.
La idea de que nuestro yo acaba donde termina nuestro cuerpo, no es más que un defecto de la educación occidental basada en lo material y lo tangible. Ciertamente, el conjunto molecular que conforman nuestras células termina allí donde nuestra vista nos dice. Pero somos más que moléculas agregadas en forma de células, tejidos y órganos. También estamos compuestos de energía en múltiples formas. Esa energía no sólo no termina en nuestra piel, sino que fluye de nuestro cuerpo al de los demás y hacia el Universo. Así mismo también recibimos esa energía del Universo y de los otros seres vivos en un constante intercambio energético. Estas formas de energía conforman el sistema de comunicación universal entre seres vivos y entre estos y la naturaleza.
Las manos están repletas de terminaciones nerviosas y ofrecen la mejor opción para ver el aura. Para ello se debe elegir un entorno iluminado tenuemente, donde no abunden las superficies reflectantes o de colores llamativos. Hay que colocar la mano delante de una superficie amplia, de un color uniforme, preferentemente negro, y fijar la vista de forma descentrada durante varios segundos. El aura lo perciben las células especializadas en la visión nocturna de nuestros ojos, conocidas como bastones, de ahí lo de la vista descentrada. Estas células actúan cuando la luminosidad es débil, pero necesitan varios minutos para adaptarse. Es en ese momento cuando mejor se puede contemplar el aura, como un resplandor muy leve en torno a la piel. Si lo hacemos correctamente notaremos que nuestro campo visual se nubla y sólo veremos con nitidez la zona central de la visión. La mano debe quedar fuera de esa zona central que es en la que intervienen los conos, las otras células de la visión adaptadas a la luminosidad intensa. Aunque el aura tiene una naturaleza similar a la luz es importante aclarar que no es luz. Si fuera luz se vería en completa oscuridad. El aura se puede ver principalmente porque forma un contraste sobre la superficie posterior.
Hay quien prefiere comenzar por sentir el aura, antes de verlo. Para ello podemos cerrar los ojos y colocar una mano con la palma abierta y desplazar lentamente la otra mano por delante de la primera a unos cuatro o cinco centímetros. Cuando una mano pasa delante de la otra notamos una especie de cosquilleo leve que nos indica que se han encontrado. Es el aura.

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