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2/5/13

Los cefalópodos que caminaban entre humanos

Entraron a la cafetería los dos cefalópodos, ajenos a las miradas de soslayo y al desprecio que despertaban. Después de décadas de esfuerzo científico, habían logrado modificar a aquellos pulpos para asimilarlos a la fisionomía humana. En su alocada carrera los habían dotado de un habla gutural, pero inteligible por el hombre. El tamaño corporal superaba con creces a muchos hombres tallados. La estructura corporal la habían alcanzado mediante la modificación de los tentáculos, alargando dos de ellos para emular el torso y las extremidades inferiores de un humano. A la vez habían reducido otros cuatro, que colgaban de la cabeza, en una apariencia monstruosa. Desde lo lejos mostraban una siniestra silueta, de humanos disfrazados, algo toscos y movimientos sinuosos. Pero de cerca repugnaba contemplar su piel, de un rojo macilento, que rezumaba secreciones viscosas. Aunque quizá lo más espeluznante eran sus dos enormes ojos, situados a ambos lados de la cabeza, de un vivo color verde, con la apariencia de reptil.
Por más esfuerzos que hacían por integrarse en la comunidad humana, no lograban más que una fría distancia, salpicada de miradas punzantes y murmuraciones despectivas. Uno de los cefalópodos se aproximó a la barra, hizo una leve reverencia con su deforme cabeza y pidió dos cervezas en jarra, con un afectado acento que no logró transmitir toda la cortesía que pretendía. Extendió su tentáculo, provisto de un extremo terminado en cinco apéndices dactilares, que hacían las veces de mano y asió con fuerza las dos jarras. Al girarse, los cuatro tentáculos de la cabeza se despegaron de su cuerpo como el vestido de una bailarina, y un cliente tuvo que apartarse asqueado, para evitar ser golpeado por ellos. El cefalópodo se volvió abochornado, cabizbajo, incapaz de pronunciar palabra.
_¡A ver si tenéis cuidado, monstruos! ¡No queremos que nos manchéis con vuestras asquerosas babas!
Cualquier escusa era aprovechada para esgrimir la contraposición entre unos y otros. No había sido un descuido de un cefalópodo hacia un humano, había sido una agresión de su raza contra todos los humanos.
Trató de calmar el rubor con su compañero, fingiendo que eran dos humanos más, tomando cervezas como hacían todos ellos.
Hasta que no abandonaron el local no cesaron las miradas lacerantes y los rumores hirientes. Salieron esbozando una suerte de sonrisa desdentada y despidiéndose con una amabilidad inútil, que nadie contestó. Durante largos minutos caminaron sus trémulos cuerpos sin poder soportar más aquel sonrojo. No querían dejarse llevar y romper a llorar.
_Esto no funciona _reconoció finalmente.
_Y ¿qué alternativa nos queda? ¿Recluirnos en nuestro hogar?
_No somos humanos y nunca lo seremos. Tal vez debamos crear nuestro espacio, alejado de los humanos, donde ellos sean los señalados.
_Los humanos han tardado generaciones en dejar de matarse entre ellos. Quizá solo sea cuestión de tiempo que terminen por aceptarnos.

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