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10/11/13

El verdugo

El día amaneció nublado, con el aire húmedo y una brisa que anunciaba una tormenta inminente. El verdugo caminó con determinación hacia la tarima, con la cabeza cubierta de negro. Aunque nadie lo notaba, estaba temblando. Era un joven fornido, nacido en la villa vecina, donde nadie imaginaba siquiera que ganaba su emolumento decapitando reos. Su apariencia brutal lo hacía parecer frío e insensible, pero en realidad odiaba su trabajo casi tanto como las victimas que perdían la cabeza bajo su hacha. Sobre la tarima aguardaba un tocón de roble y su monstruoso hacha. 
La plaza expelía el mismo aroma de costumbre, una muchedumbre sedienta de sangre, con talante festivo. Niños sucios, ataviados con harapos mordisqueando chuscos de pan, perros sarnosos huyendo de las pedradas, ancianos contemplando el ambiente desde sus ventanas y delante de todos ellos lo que más inquietaba al joven ejecutor. La familia de la víctima del reo, que aguardaba con resquemor el momento de consumar su venganza. Era aquella mirada fría y determinante lo que más nervioso lo ponía. Con su mirada inquisitiva velaban para que el peso de la ley cayera sobre el criminal.
El reo avanzó torpemente, arrastrado por dos alguaciles. Apenas tenía veinte años, pelo revuelto y rastros de haber recibido varias palizas. No hablaba, no gritaba, no pensaba. Solo negaba. Negaba con la cabeza. Sus pies intentaban caminar hacia atrás, pero la fuerza de sus custodios lo empujaba hacia adelante. Cuando colocaron su cabeza en la muesca del tocón la muchedumbre lanzó una ovación. Se escucharon voces que exhortaban al verdugo a culminar su tarea. "¡Hazlo ya!", "¡Acaba con él!", "¡Que pague lo que le hizo a la pobre muchacha!". El verdugo alzó el hacha con energía, el joven reo giró su cabeza. Los dos jóvenes, reo y verdugo, se miraron los ojos fijamente durante un instante. El verdugo tembló una vez más, miró a la muchedumbre encolerizada, no tenía otra opción. Dejó caer el hacha limpiamente.

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