Caminaba con la cadencia de un compás de dos tiempos, marcados por metrónomo.
La calle respiraba con normalidad su polución,
hasta que la joven de los tacones se detuvo...
Las nubes se abrieron, un autobús frenó con brusquedad,
una motocicleta colisionó contra algo y su conductor voló en solitario, sin parar de mirar,
las ventanas aledañas se abrieron lentamente y se llenaron de boquiabiertos curiosos,
una brisa inesperada barrió la calle de hojas otoñales
y a lo lejos sonó una letanía melódica de metal retorciéndose.
La joven que intentaba ajustarse los tacones
alzó la mirada y contempló con estupefacción la escena,
una alegoría congelada, un cuadro surrealista.
Recuperó su postura vertical
y continuó con su imperturbable compás de dos tiempos.
Recuperó su postura vertical
y continuó con su imperturbable compás de dos tiempos.
Ni siquiera imaginaba que los extremos de su tanga habían tenido algo que ver.
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