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8/11/14

Los hombres que no eran fieles a sus mujeres

Nunca habíamos dado al concepto de infidelidad el mismo sentido. Para mí, la infidelidad comenzaba en el segundo uno, cuando la mente apaga la conciencia y enciende el deseo de una experiencia nueva. Para Jonás, la infidelidad solo se consumaba cuando existía una doble vida, una simetría entre esposa y amante. Yo era consciente de que Jonás había encontrado un mecanismo mental para sortear cualquier asomo de remordimiento, pero aún así me sorprendían sus argumentos.
Comencemos por el principio. Un día cualquiera del año 2008, en cualquier capital susceptible de vender alcohol en cantidades industriales y de fomentar el libertinaje sin límites. Una docena de amigos varones, Jonás y yo, juntos, celebrando la despedida de Berto (Heriberto), el Catala, por su origen barcelonés. La noche transcurre como tantas otras, cena opípara, alcohol a granel, música comercial por doquier. En un momento dado, despierto de mi ensoñación y descubro a Jonás hablando con dos chicas bien guapas. Decido ayudarle. Ya me entendéis. Dos contra uno, pierde el uno. Descubro que estamos en un diminuto garito, conocido por propiciar la mayor parte de infidelidades de la región. Jonás lo sabía. Yo no. Él me presenta a las dos bellezas, ambas casadas, ambas de despedida de soltera. Nada más que hablar, todos hemos ido a parar a aquel sitio a lo mismo. Bromeamos diciendo que, además del ropero para los abrigos y el paragüero para los paraguas, deberían instalar un 'sortijero' para las alianzas de todos los casados y casadas que atestábamos aquel antro.
Para aliviar mis remordimientos me limité a hablar trivialmente con la chica que me tocó. Por cierto, la más guapa de las dos. Dejé que la estrategia adúltera corriera a cargo de Jonás. Si lograba evadirme de la responsabilidad de organizar el resto de la noche, podía descargar mi conciencia lo suficiente como para proseguir siendo igual de canalla que él. No tardé en darme cuenta de que él escuchaba mis pensamientos. Mientras caminábamos 'por parejas' me pregunté cuál sería la siguiente estación, ignorando que se trataba de un hotel. Jonás me pidió el carné y lo dejé hacer, como obediente discípulo.
Aunque reservamos dos habitaciones, Jonás encontró rematadamente excitante que calentásemos motores, todos en la misma habitación. Así, nos acomodamos en la suya y dimos cuenta de las bebidas alcohólicas que atestaban la pequeña nevera. La escasa iluminación y un canal de música en la televisión hicieron el resto. Mientras mi compañera nocturna y yo tratábamos de silenciar nuestras conciencias mientras juntábamos las lenguas y entrelazábamos las manos, Jonás y su pareja de infidelidad se desnudaban ante nosotros, estimulados por nuestras miradas furtivas. Ellos terminaron revolcándose en la cama, haciendo más ruido del que ningún vecino soportaría. Pero nadie pareció quejarse.
Amanecí en mi habitación de hotel, con la misma compañera de fiesta abrazada a a mí. Estaba seguro de que ninguno de los dos había cruzado el último umbral. Sin embargo, el remordimiento comenzó a torturarme tan pronto se fue marchando el efecto del alcohol.
A años luz se encontraba Jonás, que en la cafetería del hotel lucía una euforia tan brutal, que no dejaba lugar al menor asomo de desasosiego. Me di cuenta de que ambos éramos igual de canallas, pero nuestras mentes no corrían la misma suerte. Entonces me pregunté si mi inquietud se debía a lo que había hecho o a lo que había dejado de hacer. La respuesta la tuve, cuando ella me pidió el teléfono para quedar otro día y me aseguré de que apuntara los nueve dígitos sin ningún error.