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30/10/13

La viuda

Lucía pelo hirsuto, vestidos desgastados, gafas de mil dioptrías y rostro agrietado. Cuando el pobre diablo de su marido aún vivía, él transitaba como el cuco de un reloj de pared, del bar a casa y de casa al bar. Aquella figura marchita se fue deshaciendo como terrón de azúcar en café, hasta que dio con sus huesos en los adoquines y allí se quedaron. La viuda quedóse con dos hijos mayores, malos como demonios. Encarnaciones de los peores vicios paternos y seguro que de alguno materno. La viuda poco agraciada pareció ungida por los aceites de la belleza tardía y no tardó en desprenderse de los luctuosos atavíos ni dos días. Desempolvó el fondo del armario donde aguardaban para la ocasión sus mejores galas, tacones, vestidos abiertos y lentejuelas. La viuda volvió al maquillaje y el perfume que yacían en precario. Con su nuevo lustre paseóse viento en contra, melena al viento, falda traicionera, pavoneándose por aquellos lares, donde el pobre diablo arrastraba su desdicha entre cogorza y cogorza.

29/10/13

El mejor grupo sanguíneo

Ni A, ni AB, ni nada de eso, la transfusión que tu cuerpo necesita es...

25/10/13

El secreto de una buena novela

Escribir una novela no es difícil, cualquier niño es capaz de desarrollar pequeñas historias ficticias. Alargando esas narraciones se puede llegar hasta un libro. Escribir, como todo en la vida, no es difícil; lo difícil, claro, es hacerlo bien. Es emocionar, intrigar, divertir, atemorizar, inspirar, excitar, encolerizar. El buen escritor debe manejar el verbo con precisión si quiere remover las emociones más profundas del lector, de lo contrario solo conseguirá una historieta estereotipada, llena de tópicos y personajes superfluos sin alma. Un escritor solo debería aspirar a dos objetivos antes de emprender una obra; narrar algo que nadie conoce o narrar algo que todo el mundo conoce, pero de una forma completamente original. De lo contrario, su obra fracasará. Así pues, el secreto de una buena obra es tener algo original que contar y hacerlo de forma que llegue a las emociones del lector.

23/10/13

El tambor de hojalata

Cada vez que me pregunto cuál es mi novela favorita, entre todas las leídas hasta el momento, la respuesta es una y otra vez la misma: El tambor de hojalata. Es una novela del premio nobel alemán Günter Grass. en el año 1959. La obra narra las peripecias de Oscar Matzerath, quien queda encerrado en el cuerpo de un niño de tres años, a lo largo de su vida. El protagonista se refugia en sus infinitos tambores de hojalata para huir de la realidad y cuando se encuentra amenazado recurre a su agudo grito (vitricida, según el autor) con el que destruye todo el cristal que se encuentre a su alcance. La trama discurre a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, vista desde los ojos de un adulto encerrado en el cuerpo de niño. Con esos ingredientes, su lectura se convierte en un verdadero placer. Es una obra que cuenta con todos los elementos para disfrutar con ella, ironía, ingenio, surrealismo, reflexión, introspección, crítica. En definitiva, una de las mejores novelas que se ha publicado y que no puede faltar en la biblioteca personal de ningún bibliófilo. 

20/10/13

Cuando era pequeñito

No sé si os habrá pasado lo mismo. Hablo, claro, a los chicos. Cuando era pequeñito solía lanzar bravuconadas de auténtico orgullo masculino, tal y como hacen muchos adultos cuando se encuentran seguros. Como el conductor que amenaza con machacar los huesos a otro, cuando ya no puede escucharlo. Yo hacía lo mismo con, tal vez, cinco años. Pero el efecto que producía era el contrario del que buscaba. Los adultos soltaban una carcajada condescendiente. Eso me hacía entrar en cólera. "¿De qué demonios se ríen? Estoy hablando en serio". Era lo que pensaba. Yo no me veía como un niño. Me sentía como un adulto, con limitaciones, pero adulto. Sin embargo, ellos seguían riéndose de mis afiladas amenazas.