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30/7/12

El primer libro escrito

El primer libro que escribes parece lo más fantástico que nadie haya creado jamás. Mientras lo estás escribiendo tienes la sensación de que va a ser una obra que va a revolucionar el mundo de la literatura, que va a cambiar el mundo y a introducir una nueva corriente literaria. Entonces decides emprender la primera lectura para introducir correcciones y ¡oh! ¿escribí eso yo? Empiezas a descubrir que tal vez sea una buena historia, pero su lectura se torna espesa. Conforme avanzas en la lectura te vas convenciendo de que nadie querrá leer esa historia jamás. Entonces te enfrentas a la terrible incertidumbre de corregirlo en profundidad o abandonarlo y escribir otro mejor. Pero nadie quiere desprenderse de una criatura que ha nacido de sus entrañas. Y un libro es así. Un libro nace de la pasión. Por eso no puedes abandonarlo. Tienes que retocarlo una y otra vez hasta que se convierta en la criatura que esperabas. Entonces te das cuenta de que el primer libro escrito es solo un paso más de tu vida y que hay que aceptarlo como viene. Luego crearás nuevas obras y la prosa mejorará sustancialmente, pero la pasión puesta en la primera obra será insuperable. 

27/7/12

La nostalgia

He tardado tanto tiempo en comprender en qué consiste la nostalgia como el que he perdido padeciendo sus secuelas. Pero al fin entiendo en qué consiste el terrible sentimiento de nostalgia. Es una voz que te recuerda que has perdido el tiempo. Es quizá lo peor que te puede suceder. Saber que podías haber hecho algo que ahora deseas y no lo hiciste. Ese sentimiento se desliza en tu mente y te martiriza. La nostalgia es consecuencia de no haber obrado como queríamos. Es un autocastigo postergado, una tortura involuntaria que dejamos para el final. La nostalgia nos informa de que hemos estado en alguna parte, con alguien, y no hemos sabido valorar esa situación. Mientras nuestro cuerpo estaba allí, nuestra mente estaba en otra parte. Y ahora que regresamos a esa parte, descubrimos que queríamos estar allí. La nostalgia es la terrible sensación de querer una y otra vez estar donde ya hemos estado.

24/7/12

Cuenta atrás hacia la inmortalidad

No dejo de repetirme que la inmortalidad es un sueño un tanto ingenuo, propio de quienes viven en una especie de pubertad tardía, durante la mayor parte de su vida. Y no digo que no debamos investigar en busca del mayor deseo de nuestra especie, solo digo que perseguimos aquello que no podemos tener, con ánimo veleidoso. Son muchas las preguntas que surgirían si estuviéramos a punto de conseguir la inmortalidad. ¿La inmortalidad garantizaría la salud? ¿Ser inmortal de cuerpo garantiza ser inmortal de mente? ¿Qué sucedería si quisiéramos morir algún día, pero fuéramos inmortales? ¿Habría nutrientes para satisfacer las necesidades de una especie en continua reproducción sin sacrificar a los ancianos? o ¿Hasta qué edad somos capaces de seguir luchando sin volvernos locos? Muchas preguntas y pocas respuestas. La vida y la muerte y todo lo que suceden entre ambas es en esencia una cuestión social. La horda es la que acaba dictando las necesidades de nuevos individuos y la necesidad de retirar a aquellos que ya no son necesarios. Un paseo por nuestras residencias de ancianos aclararía muchas dudas sobre el interés social en que esos seres sigan con vida. Por tanto, la inmortalidad será un proyecto común de la especie, que llegará probablemente cuando la expansión del hombre por el espacio sea un hecho consumado y dispongamos de ingentes cantidades de materias primas para nutrir a legiones de nuevos individuos. Cuando vastos territorios inexplorados se nos presenten en otros planetas como el Nuevo Mundo y podamos asentarnos en ellos para colonizarlos y poblarlos con nuestra estirpe. Cualquier avance anterior a este hecho quedaría en manos de unos pocos privilegiados, que probablemente terminarían dementes o asesinados a manos de algún mortal indignado.

9/7/12

Sobre qué escriben quienes escriben


Sobre qué escriben las personas que escriben. Es una pregunta que algunas veces me he formulado, intentado desentrañar una ley universal que aglutine todos los escritos de la historia. Pero mucho me temo, que la respuesta es más escurridiza de lo que puede parecer. Casi todo el mundo escribe algo en algún momento. Por ello, haciendo un ejercicio de reducción, he llegado a la conclusión de que hay dos grandes ámbitos sobre los que se escribe. El primero es el objetivo, lo que está pasando, lo que ha pasado o lo que se espera que va a pasar. Este es el ámbito de periodistas, historiadores, científicos o economistas. Ellos tratan la realidad desde la comprobación objetiva, tratando de limitar sus apreciaciones personales. El segundo ámbito es el subjetivo, donde se trata lo que podría haber sucedido o lo que podría suceder. Este es el terreno de los escritores, poetas, músicos o dramaturgos. Aquí no importa tanto reflejar la realidad objetiva, sino la construcción subjetiva que cada uno realiza en su mente. A través de estos relatos se construye mundos paralelos que pueden contribuir a transformar el mundo objetivo, si sus protagonistas están dispuestos a abrir la mente y dejar que la luz entre en ella.

Trenes que parten

Desde la infancia las estaciones de tren siempre han ejercido sobre mí una poderosa atracción. Bien podrían haber sido los puertos o los aeropuertos, pero su lejanía me impidieron conocerlos. Sin embargo los trenes forman parte de mi biografía, como retratos periódicos que reflejan la evolución paralela de hombre y máquina. Cuando era niño acudía a la estación de mi ciudad, solo o acompañado, a ver partir trenes. Mirábamos los horarios y esperábamos a que llegaran los que más nos gustaban. Había un tren que llamaban 'tren rápido' que se movía arrastrado por una pesada locomotora verde, atravesada por dos líneas amarillas. Si estaba prevista su llegada, lo esperábamos con expectación. Verlo aproximarse a la estación desde la lejanía, cuando trazaba lentamente una curva y aparecía en el horizonte, era para nosotros una experiencia grandiosa. Luego reducía la velocidad y se detenía a escasos metros de nosotros con su rugido poderoso, que reflejaba su descomunal masa metálica. Y finalmente esperábamos a verlo partir, como una máquina de tiempo. Trasladado a otro espacio y otro tiempo. Creo que eso es lo que me fascina de las estaciones de tren y ahora también de los aeropuertos. Parecen máquinas de tiempo. Te introduces en un artefacto y te trasladas a otro tiempo y otro espacio. Al fin y al cabo esos aparatos te trasladan a otros lugares en unos tiempos imposibles para el hombre. En todo caso, subyace en mí la mirada inocente de aquel niño que contemplaba con sorpresa, como quien ve algo por primera vez, al contemplar los trenes y sentir su poder arrollador, de trasladarte en el espacio y el tiempo.