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31/1/11

Si yo fuera toro

Si yo fuera toro no elegiría otra forma de morir que no fuera en un ruedo batiéndome en combate contra la necedad y la arrogancia del ser supremo de la creación. Me avergonzaría de caer en su sucio engaño y esperaría la muerte como única redención. Maldeciría a ese hombre hipócrita por tenderme tan vil trampa, pero lamentaría mi ciega torpeza. No querría vivir en un mundo gobernado por necios humanos que sacrifican otros seres por diversión o negocio. Antes de exhalar el último aliento, antes de emitir el último estertor, justo cuando un rayo de energía me invadiera con una placentera sensación de clímax, me diría, yo he muerto con bravura y coraje, desde el cielo de los animales esperaré a quienes caigáis con valor.

Mi lengua viperina

Éramos unos críos. Demasiado como para conocer el alcance de nuestros actos y nuestras palabras. Había una muchacha que tenía dos defectos. Uno, le gustaba juzgar a los demás. Dos, tenía una nariz bastante fea. Ella me fue recargando de veneno durante varias semanas a base de señalarme con el dedo y juzgarme sin consideración cada vez que hacía algo, así que tenía que estallar un día u otro. Y llegó el día. Volvió a señalarme, a convertirme en la diana de su dedo acusador ante los ojos y oídos ajenos y no pude contenerme. Se me tensaron los músculos de todo el cuerpo, las aletas de la nariz se me ensancharon, expulsé una exhalación de humo por las fosas nasales y los ojos se me tornaron amarillentos. De mi boca salió un sonido gutural, inteligible pero lento, con voz de ultratumba, como si alguien hubiera reproducido mi voz a velocidad lenta. Y... tú... caaá...lla...teee... cerr...dii...tooo. Salió expontáneo, de mis entrañas, nunca había reproducido semejante vituperio. La víctima de mi veneno de ofidio rompió a llorar desconsoladamente mientras sus amigas hacían lo que podían. Reconozco que sentí un breve instante de placer al comprobar el poderoso efecto de mis palabras, pero no tarde en arrepentirme cuando vi las caras de reproche. Aquello me hizo pensar, me di cuenta de que tenía un poder, pero también de que todo poder conlleva una responsabilidad. De modo que a los pocos días decidí hablar con ella, no le pedí perdón de forma expresa, pero sí traté de entender por qué le habían sentado tan mal mis palabras y ella se sinceró. Cuando me contó que unos medicamentos le habían producido esos efectos indeseados en su rostro, me sentí como un gusano y simplemente me juré que la respetaría en el futuro. Comprendí que los seres magnánimos no son los que ejercen el poder cuando se sienten atacados sino los que, teniendo poder, son capaces de perdonar y ayudar al débil, por más molesto e incordiante que éste pueda resultar.

30/1/11

Ministerio de felicidad

Queda aprobado por Ideal Decreto de fecha dudosa el Ministerio de Felicidad. Desde ahora, todos los ciudadanos tendrán garantizada por ley la felicidad a lo largo y ancho de su vida. Las autoridades públicas realizarán sondeos, encuestas y consultas para conocer el grado de felicidad de la población y atenderán cuantas demandas de felicidad le sean presentadas ante sus sedes oficiales. Se crean como órganos subsidiarios, las Secretarías de placer, de la risa, de los sueños y del futuro, así como varios institutos de cuyo nombre prefiero no acordarme. Todo ciudadano estará obligado a ser feliz y a proporcionar felicidad a los ciudadanos de su entorno. El incumplimiento de dicha obligación conllevará penas de uno o varios años de ingreso en un centro para la rehabilitación de infelices, donde será sometido a intensas sesiones prácticas de risoterapia y otras penas accesorias aún más contundentes que no se me han ocurrido todavía. El redactor de este texto se reserva la potestad para añadir cuantos artículos  desee si lo considera oportuno, o sea que tal vez sí lo haga. Dicho Decreto tendrá efecto a partir de su publicación en algún medio en los próximos días, si no se me olvida publicarlo.

27/1/11

Noches de alcohol y estupidez

      Esta noche, jovencita, te pondrás esa ropa que has comprado en aquella tienda de ofertas. Ese modelito que te queda tan bien. Te pondrás una faldita que disimula tu enorme trasero y una blusa que realza tu exuberante escote. Te maquillarás tu redonda cara para disimular esos granos que la salpican. Te bañarás en colonia barata hasta la náusea. Te mirarás al espejo y dirás que, después de todo, no estás tan mal. Llamarás a tus amigas. Son necesarias. Les dirás lo bien que os lo vais a pasar esta noche. Que las quieres mucho. Llevarás el dinero justo en el apretado bolsillo de tu falda. Saludarás a tus amigas con efusivos y falsos besos. Les dirás lo guapas que están. Esperarás a que ellas te digan que tú también. Que no estás tan gorda. No las creerás, pero utilizarás ese argumento para incrementar tu autoconfianza. Te repetirás una y otra vez que ésta es tu noche. Sabes que no puedes competir en belleza con tus amigas, competirás en velocidad. Serás más rápida que ellas en lanzar el primer ataque. Esperarás a la hora feliz para pedir dos copas por el precio de una. Pedirás las de oferta. Luego otras dos. No te gusta la resaca pero adoras el efecto que te produce el alcohol adulterado en tu mente. Se te nublará, te olvidarás de que no te has preocupado de tu aspecto hasta esta misma tarde. De que comes pasteles hasta vomitar. De que no te lavas hasta que tu propio hedor te asfixia. De que utilizas la misma ropa toda la semana. Te olvidarás de todo, excepto de tu objetivo. Cazar.
     Yo estaré allí, al final de la barra, en el mismo local que tú. Estaré esperando a mis amigos. Miraré hacia donde tú estás. Maldeciré mi suerte por captar únicamente la atención de la fea del grupo. Trataré de hacerme el interesante fumando un par de pitillos mirando a tus amigas. Mostraré la más irresistible de mis miradas sin darme cuenta de que parezco gilipollas. Me daré por vencido y dejaré de intentar captar la atención de tus amigas guapas. Me concentraré en la copa que tengo en la barra iluminada por la luz cenital. Pediré otras dos más antes de que lleguen mis amigos. Miraré de nuevo hacia ti y me diré que no estás tan mal. Tú no me habrás dejado de mirar. Soy lanzado pero no me atrevo a atacar en solitario a una presa rodeada de amigas. Esperaré a que te separes de ellas. Seguiré concentrado en mi cuarta copa mientras lanzo elocuentes miradas. Tú entenderás mi mensaje y harás acopio de valor. La siguiente copa la pedirás justo a mi lado. Yo sentiré un escalofrío que se detendrá entre mis piernas. Te miraré de arriba abajo y me quedaré con la imagen de tu escote en mi mente. Intentaré recordar una frase ingeniosa de las que a mí no se me ocurren. Te preguntaré si no te da miedo alejarte tanto de tus amigas. Tú me dirás que te están vigilando de cerca. Yo pagaré tu copa y la mía mientras te sugiero que salgamos a respirar algo de aire. Tú te harás la difícil diciéndome que estás con tus amigas. Volverás con ellas pero será sólo para decirles que has cazado. Al rato volverás y me acompañarás afuera. Llegarán mis amigos y les diré que no me esperen. Me contarás tu vida, yo la mía. Yo no te diré que busco un revolcón y tú no me dirás que buscas un imbécil que te mantenga.
     Hará frío. Utilizaremos ese pretexto para introducirnos en mi coche de segunda mano. Una vez dentro sobrarán las palabras y pasaremos a los hechos. Me dirás que no pasa nada, que tomas la píldora. Yo estaré tan ebrio que no sabré de qué píldora hablas. Al poco acabaremos sudando y con el apetito saciado. Tú te vestirás. Se me empezará a pasar la cogorza. Comenzaré a sentir remordimientos mientras te llevo a tu casa. Me daré cuenta de que apestas a una mezcla de efluvios naturales y colonia. Te miraré a la cara y veré que se te ha borrado el maquillaje y llevas un tapiz de granos hambrientos. Estarás despeinada, sudorosa y con la cara emborronada. Yo me preguntaré qué vi en ti. Antes de dejarte en tu casa me pedirás el teléfono. En un último arrebato de estupidez, te lo daré. Tú me darás el tuyo pero lo tiraré apenas te pierda de vista. Mientras te alejas comprobaré lo desagradable que resulta ver unos pies gruesos embutidos en unos zapatos estrechos.
     Pasarán los días y yo trataré de olvidarme de ti. Pero tú me llamarás todos los días para intentar verme. Yo te pondré excusas falsas. Me sentiré acosado. Trataré de convencerme de que si no te hago caso se te pasará con el tiempo. Pero tú no te rendirás. A las cuatro semanas de conocerme me llamarás con voz vehemente y me dirás que tienes un retraso. Yo sentiré una punzada en el estómago. Trataré de quitarte la idea de la cabeza creyendo que así desaparecerá el asunto. Te harás pruebas y me confirmarás la desgracia. Yo accederé a verte. Me horrorizaré al verte sin pintar, con una coleta y ropa de andar por casa. Me preguntarás qué pienso hacer. Yo te preguntaré por qué ha fallado la píldora. Tú me dirás que no lo sabes. Yo me acordaré de todo tu linaje. Tú apelarás a mi hombría con la intención de hacerme partícipe de la manutención de la criatura que salga de tus entrañas. Yo sentiré un fuerte ardor de estómago. Tú me mirarás con arrogancia. Me dirás que me lo hubiera pensado antes de meter. Yo me diré que en mala hora lo hice.
     Pasarán los meses. Yo perderé varios kilos. Tú ganarás varios por cada uno que yo pierda. Superarás aún más tu fealdad. También superarás tu arrogancia y te volverás irascible. Yo envejeceré varios años cada mes. Me saldrán las primeras canas. Tendré varias veces ardor de estómago, gripe y caídas accidentales. 
     Llegará el momento. Traerás al mundo una criatura demasiado bonita como para ser tuya. Me la enseñarás una y otra vez para ablandarme. Antes de que me dé cuenta, estaré cediéndote casi la mitad de mi nómina a cambio de que me dejes ver a esa criatura un par de días al mes. Tú no trabajarás. Dirás que no tienes tiempo. Que tienes que cuidar de la criatura. Que el trabajo me corresponde a mí. 
     Será para entonces cuando me dé cuenta de que has hecho de mí un desgraciado de la vida.

Los cuatro elementos

Estaba en una pequeña playa del Mar Menor, tumbado en la arena, sin toalla. Hacía poco que había salido el sol y no hacía mucho calor. Me gustaba tanto la sensación que simplemente dejé que mis amigos se largaran y yo me quedé allí tumbado. Aún no había llegado el gentío que abarrotaría la playa horas después, por lo que estaba virtualmente solo. Podía disfrutar sin sentirme observado. De modo que entré en un estado de ensoñación difícil de describir. Simplemente quería quedarme allí. Sentí que me fundía con algo superior, que mi cuerpo dejaba de contenerme. Y es que estaba en contacto absoluto con la naturaleza, arena, agua, aire y sol, con los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego. Sólido, líquido, gas y plasma. Entré en comunión con los cuatro elementos de la naturaleza y me olvidé por unos instantes de la dimensión terrenal. Hice una incursión por el mundo de los sueños. Aquel del que venimos, aquel al que iremos algún día y aquel que espera a las mentes dispuestas a abandonar la coraza de miedo y opulencia que nos reviste. Después he tratado de reproducir aquella experiencia pero siempre ha habido algo que me lo ha impedido, ruidos, gente inoportuna, suciedad..., pero desde entonces, sé lo que se siente cuando estás allí.

26/1/11

Aquella mujer musulmana

Nunca te molestó que tu abuela llevara un pañuelo negro en la cabeza cuando guardaba luto por tu abuelo. Tampoco te molesta cuando llega el invierno y la gente se cubre la cara con bufanda. Ni cuando es carnaval y todo el mundo oculta su rostro bajo máscaras. Jamás desconfiarías de ellos. Tampoco te molestan las personas que se cubren la cabeza con gorros, pañuelos, sombreros o viseras, para ti es normal. Y si ves a un trabajador con un verdugo cubriéndole todo el rostro, también lo ves normal, porque hace frío, te dices. Pero, ay, aquella mujer musulmana. Por qué iba con el rostro cubierto. Te dices que alguien la ha obligado, pero nunca se lo has preguntado. Afirmas que ella se cubre porque responde a consignas religiosas radicales. Nunca se te ha ocurrido pensar que para aquella mujer musulmana, su velo es como para ti tus pantalones. Que si tú te resistes a quitarte los pantalones en público, ella también tiene derecho a resistirse a desprenderse de una prenda habitual para ella. Quieres que comparta su belleza contigo a cambio de nada. Estás acostumbrado a disfrutar de la belleza femenina y crees que aquella mujer musulmana también debe compartirla contigo. Y por la noche, llegará tu hija subida en tacones, apenas cubierta con una diminuta minifalda y una escotada blusa y te dirás, nosotros sí que hacemos las cosas bien, nuestras mujeres gozan de libertad para hacer lo que quieren. Mi hija sí que va bien así. No como aquella mujer musulmana.

24/1/11

Por qué le partí la cara

_Ah ¿sí? ¿Entonces le diste?
_Sí, tío. ¿Qué querías que hiciera, que me quedara parado mientras me rajaba?
_No, claro. ¿Pero cómo fue?
_Ya sabes cómo es él, está chinado perdido.
_Sí. Bueno, la verdad es que no lo conozco mucho.
_Pues el tío es un capullo integral. Yo no sé de dónde ha salido el pringado. Le preguntas cualquier cosa, por tonta que sea, y te dice, todo desconfiado, “para qué quieres saberlo” o “qué me estás insinuando”. Así siempre. Está a la que salta.
_Entonces sacó una navaja.
_Sí, tío. Yo no sé si es porque vive solo o por qué, pero no se fía de nadie. Va a todas partes con esa mierda de navaja. ¿Quieres…?
_¿Eh? Ah, sí, un poco…
_¿Hielo?
_Sí, sí.
_Pues estaba yo con el… con el Nacho, y viene este capullo y lo saluda. Yo, como sé de qué pie cojea, lo saludé y pasé de él. Entonces, empiezan a hablar y dice que si vamos a su casa, que tiene materia, dice.
_Materia.
_Sí, materia. Llegamos a su casa, nos dice “podéis sentaros”, así, como si fuera un gesto de… generosidad o yo que sé, como si nos estuviera perdonando la vida. Yo no quise saber nada, me quedé mirando la televisión apagada y esperando a que el Nacho terminara. Ya sabes que yo paso de esas cosas. Ni me meto, ni paso, ni nada. Ahora, que ellos quieren dedicarse a eso, están en su derecho. Entonces llegó su…, bueno su supuesta novia o amiga o lo que fuera. Como ellos estaban liados con la mierda esa de… chocolate, pues la muchacha se quedó en el salón hablando conmigo. Pero nada, tonterías. Que por qué no encendía la tele, que si éramos amigos, bobadas.
_Ya.
_Pero se ve que la escuchó reírse y no veas cómo se puso el imbécil. Parecía que quería comerme.
_Estaría puesto.
_Yo qué sé. Vino todo agresivo, con los ojos fuera de órbita y me dice “¿Qué le estás diciendo a mi novia?”. Y ella dice que yo no había hablado nada, y era verdad. Si yo prácticamente me limité a contestarle. Y para que veas, me dice que voy a su casa, que me invita a entrar a su casa y que encima yo me pongo a ligar con su novia.
_Increíble.
_Sí, sí. Si yo tampoco me lo podía creer. Y yo pensando “de dónde coño ha salido el tío este”. Pero no se calmaba. Al verme calmado, sin inmutarme y con la sonrisa que tengo siempre, pues se mosqueó más todavía y terminó sacando la navaja esa de mierda que tiene.
_Ah ¿sí?
_Como te lo cuento. Y yo que ya estaba llegando al límite de mi paciencia, fue ver que me acercaba la navaja y dije “lo mato”. Y fue… con la mano izquierda le cogí la mano de la navaja y con la derecha le cogí del cuello y le hice la zancadilla. Cayó al suelo y se puso a gritar como un loco, como si estuviera poseído o lo estuvieran matando. Pero, unos gritos… Yo estaba flipando. No sabía qué hacer. Si lo soltaba me iba a meter él a mí y si le metía yo… no sabía qué podía pasar. Parecía poseído.
_¿Y el Nacho no se metió?
_Qué va, estaba paralizado. La novia sí trató de calmarlo, pero nada. A base de gritos, lo que hacía era ponerlo más histérico. Y así estuve un rato con él en el suelo, tratando de sujetarlo, pero cada vez estaba más alterado. Así que tuve que calmarlo.
_Sí.
_Porque yo tampoco soy de piedra, que me estaba golpeando con la izquierda y me estaba poniendo de muy mala hostia. Hasta que le tuve que dar.
_¿En la cara?
_A ver. Era lo que había. Me puso de tan mala hostia que le empecé a dar en la boca hasta que vi que se rendía. Al final me dio hasta pena. Sólo es un pobre desgraciado.
_Ya.
_Yo no quería ni romperle los dientes ni nada, pero es que se pasó demasiado. Se pasó mucho. Mira que hacía tiempo que no me peleaba, pero este me puso... me sacó de mis casillas.
_¿Y ahora qué? ¿te va a denunciar?
_¿A denunciarme a mí? No. Tendría todas las de perder. Me sacó una navaja, estaba traficando… Ni se le pasa por la cabeza. De hecho, me lo crucé… ayer. No, ayer no, fue hace tres días, creo. Y el tío me saludó así con la cabeza, como si no hubiera pasado nada.
_Ahora te tiene miedo.
_Joder, que no se lo hubiera buscado. Porque mira que tengo paciencia, pero es que no había manera.
_¿Y la novia?
_Pues yo creo que le diría “esto te pasa por gilipollas”, que es la verdad.
_Pues sí. Sí que es gilipollas el tío.

22/1/11

Alcanzar la Luna

Y cogeré la Luna con mi mano, y la botaré sobre la Tierra. Y de una patada la lanzaré al espacio y cuando cruce la órbita de Neptuno, me giraré hacia la Tierra y le diré: prepárate pequeña, que eres la siguiente.

21/1/11

Plomo sobre Bagdad

Amanece sobre Bagdad con el cielo plomizo, el asfalto teñido de sangre y el olor impenitente del azufre. Otro atentado sobre el horizonte. El pesimismo gana adeptos. El sanguinario y el fanático cantan victoria. Una victoria que acabará con ellos, pero los llevará felices al infierno. El optimista y el amante de la paz lloran. Lloran por los muertos, pero sobre todo por los vivos. Esas muertes resuenan demasiado cerca, se viven demasiado próximas. Lloran por la esperanza marchita, por las promesas incumplidas, las traiciones. Otros tuvieron su día once, pero allí todos los días son once.

20/1/11

Caminando por el precipicio

Muchas veces me he enfrentado a situaciones que me producían miedo, desconfianza, inseguridad. Mi primera reacción siempre era la misma, dar media vuelta. Pero de repente, alguien en quien confías lo ves lanzándose al vacío con confianza plena en sí mismo y en su destino. Fuera por experiencia, por coraje o por simple imprudencia, lo cierto es que se enfrentaba al peligro con asombrosa valentía. Y de ese modo me he encontrado en múltiples situaciones poniendo un pie delante del otro y caminado hacia el peligro guiado por la experiencia cercana de alguien que me ha precedido. Y la vida la veo así, unos abren caminos y otros los siguen.

19/1/11

El gemelo malo

Cuentan que muchos gemelos no llegan a nacer. Que sus hermanos idénticos los devoran lentamente durante la gestación. Este proceso antropofágico no se produce de forma violenta, en plan Apocalypto, sino mediante una digestión umbilical, lenta e inexorable. Antes de adquirir siquiera la consciencia ya emprenden acciones encaminadas a la supervivencia del más fuerte. Pues bien, sucede que sospecho que devoré a mi gemelo. Y lejos de desaparecer, se instaló en mi mente y toma el poder de mi cuerpo de forma espontánea, haciendo que me encuentre realizando acciones que yo no tenía previstas. Si alguien me encuentra fuera de lugar, torpe, incoherente, estúpido, ebrio, insolente, necio, grosero, gandul o impertinente, no lo dudéis. Se trata del gemelo malo.

18/1/11

Un mundo perfecto

En un mundo perfecto no existiría el corrector de errores, ni la tecla de borrar, ni la anulación de suscripción. No existirían los medicamentos porque no habría enfermedades. No existirían ni jueces, ni fiscales, ni policías, porque nadie cometería delitos y a nadie habría que detener ni juzgar. No existirían los militares porque nadie atacaría a nadie. Tampoco existirían las artes marciales, ni las armas, ni las cámaras de seguridad, ni las cerraduras, porque nadie invadiría la privacidad de nadie y nadie se sentiría amenazado. No existirían las dietas, porque nadie engordaría ni adelgazaría. No existiría ni la carne ni el pescado, porque a nadie se le ocurriría comer a otros animales. No existirían los servicios de urgencia porque jamás ocurrirían accidentes, ni lesiones. No existiría el derecho ni las normas, ni la legislación, ni los gobiernos, porque todo el mundo sabría lo que tiene que hacer sin que nadie se lo tuviera que decir. No existirían las ideologías porque todo el mundo se sentiría identificado con todo el mundo y no solo con una parte. No existirían psicópatas, perturbados, esquizofrénicos, paranoicos, deprimidos o neuróticos, porque todo el mundo nacería con salud mental. No existirían asesinos, violadores, ladrones o destructores de propiedades públicas o ajenas, porque todo el mundo respetaría la libertad y la propiedad de todo el mundo. No existiría la mentira, porque nadie se sentiría avergonzado de nada. No existiría la vergüenza, ni el pudor, ni el miedo. No existirían los talleres porque no se estropearía nada. No existirían ni profesores, ni instructores, ni curas, porque todo el mundo sabría lo que tiene que saber sin que nadie se lo enseñara. No existirían las religiones, porque todo el mundo sabría la verdad y estaría unido por el mismo conocimiento. No existiría ni el capitalismo, ni el socialismo, todo el mundo cooperaría con todo el mundo. No existirían los animales carnívoros, porque todos comerían los frutos de las plantas. En un mundo perfecto, todo el mundo tendría una actividad vocacional de nacimiento y de por vida, una pareja predestinada, un hogar apacible por derecho, una familia unida y hermanada con todo el mundo, una sabiduría ilimitada y una comunión profunda con la naturaleza. En un mundo perfecto, no existirían las personas que existen hoy y tal vez fuera un tanto aburrido. Pero no nos importaría. Porque en un mundo perfecto ni tú ni yo existiríamos.

Los orígenes de la escritura

Érase una vez en Sumeria, hace cinco mil cuatrocientos años.
_Esto... buenas Zuqaqip, ¿hace buen día, verdad?
_Estamos en Mesopotamia, aquí siempre hace buen día. ¿Qué quieres, Balih?
_Bueno, iré al grano. Que he pensado que no me fío de tus cuentas respecto a los pescados que te vendí.
_Ah, sí. Y ¿qué piensas hacer al respecto?
_La próxima vez voy a anotar el número de pescados.
_Y ¿cómo piensas hacerlo, espabilado? La escritura no existe.
_Bueno, he inventado un sistema con una cuña de madera y una tabla de arcilla. Cada vez que te dé un pescado dibujo uno en la tabla, y así no se me olvidará los que te vendo.
_Pues podías haber elegido otro día para inventar la Historia.

16/1/11

Mejor, muérdete la lengua

_Tú ¿de qué delegación eres?
_De la de Madrid.
_Ah, sí. Por allí andará Diodoro.
_Sí, por allí anda.
_Menudo capullo ¿eh?
_Sí, bueno...
_Y su mujer, los lleva bien puestos ¿eh? Una pena. Con lo buena que está.
_Bueno, eso...
_Claro que él también los lleva bien puestos. Porque la verdad es que es una pendona de las buenas.
_Ah, ¿sí?
_Lo que yo te diga. A mí me tiraba los trastos que daba gusto. Y por que no quise, que si no...
_Ya.
_Lo que no se puede es ir al trabajo borracho como iba él. Que daba pena. O asco. Y claro como es quien es... se aprovecha. Luego le tenemos que aguantar sus tonterías los demás. Y así es su vida, tuvo un accidente con el coche, por ir borracho. A la gente la tiene quemada.
_Bueno, yo lo conozco desde hace mucho tiempo, porque es amigo de la familia, ¿sabes?
_Si no me vayas a malentender. Que él es buena persona. Que yo no digo lo contrario.

14/1/11

Soy el hombre de tu vida

      Ella estaba tras la barra, sirviendo copas en un pub de vanguardia. Él se acercó, como todo el mundo, a pedir lubricante social. No había reparado en ella, creía que todo lo interesante se encontraba a su lado de la barra, por lo que se sorprendió al verla. En seguida se dio cuenta de que sus ojos lo habían delatado y trató de disimular buscando la botella de ginebra que quería. Lo más emocionante para él era que ella también lo había mirado de la misma forma. Esa forma de mirar inconfundible. Mientras ella le preparaba el gin-tonic, él la miraba furtivamente. Vestía con discreción, vaqueros, una blusa poco escotada y un pañuelo en el cuello. Los labios le brillaban. Era irresistible. Si llevase dos o tres gin-tonic más, tal vez vería las cosas distintas, pero no se atrevió a decirle nada por el momento. Se alejó buscando a sus amigos repitiéndose que si perdía esa ocasión  no habría otra.
      _¿Has visto a la chica de la barra? _le dijo a su amigo más cercano.
      _Sí, está tremenda.
      _Creo que le gusto.
      _Pues ya sabes. Termínate el cubata y a por ella.
      Mientras apuraba lo que le quedaba de líquido, pensó en algo ingenioso que decirle, pero nada le convencía. Improvisaría. La miró desde la distancia y sus miradas se encontraron dos veces. No había duda.
Se acercó a la barra decidido.
      _¿A qué hora sales? _le preguntó.
      _Dentro de media hora.
      _Si no tienes planes podemos ir a tomar algo a la nueva discoteca que han abierto.
      _¿Vas con amigos?
      _Con tres.
      _Vale, pues nos vemos allí. Yo iré con una pareja de compañeros.
      Ella se hizo esperar una hora pero apareció con otra chica y un chico. Él dejó a sus amigos y se acercó a saludarla. Comenzaron a bailar juntos como si hubieran estado ensayando para la ocasión y se dieron cuenta de que la química fluía entre ellos. Luego hablaron de sus vidas y finalmente se dijeron sus nombres.
      _Soy Ánder y soy el hombre de tu vida.
      _Soy Vanesa y soy la mujer de tu vida.

El síndrome del emperador

Los hijos tiranos no nacen, se hacen. Tú haces que así sean, con tus consentimientos, tu sobreprotección y tus milongas. Un niño de un año necesita cuidados. Un niño de dos necesita cuidados y disciplina. La familia es el entorno en el que el nuevo ser humano se socializa y aprende el valor de las cosas, los límites a la libertad, las normas de obligado cumplimiento y también el espacio de libertad que le queda. Si desde niños aprenden que con gimotear, gritar o patalear consiguen todo lo que quieren, cuando sean más mayores convertirán esos gritos y esas patadas en amenazas, insultos y agresiones físicas. Si quieres evitar que tu hijo se convierta en el dueño de la casa debes inculcarle valores y límites a sus exigencias desde que nacen. Los deseos de un niño son infinitos, mientras que la capacidad de satisfacerlos es limitada. Esa limitación hace que llegue un punto, en torno a la adolescencia, en el que sus reivindicaciones son insostenibles y es cuando ejerce su presión para lograr sus objetivos. Esto lo hace porque nadie le ha enseñado desde niño que querer y poder son dos cosas distintas, que cada cosa que pide tiene un coste en forma de dinero o trabajo por parte de los padres y que algún día él deberá comenzar a aportar esfuerzo para lograr sus caprichos. Dicho lo cual, huelga decir que la violencia paterna es innecesaria y contraproducente. Para educar a un niño no es necesaria la violencia de ningún tipo. Cuando un niño o un adolescente se muestra intratable es porque ya ha recorrido un largo camino de consentimientos y ya se encuentra en una situación crítica. Es probable que, si se aborda demasiado tarde, sea preciso el recurso a especialistas. Así que si no quieres que tu propio hijo se acabe haciendo el dueño de tu casa, comienza desde bien temprano a enseñarle a ganarse cada premio y cada regalo, por ejemplo, haciendo sus deberes y ayudando en las tareas de la casa.

13/1/11

El trovador de medianoche

Por el día, cuando nadie me ve, os observo desde la discreción de mi ventana. Por la noche, cuando un día da paso al siguiente, salgo con mi laúd y os cuento lo que he visto.
Veo historias tristes y también historias alegres. Veo miserias y riquezas, orgullo y decepción, valor y miedo, vida y muerte. Veo lo más grande del ser humano y lo más miserable, porque así sois, así somos. Paradójicos. Capaces de lo más grande y de lo más ruin.
Cuento historias de lo que sois, de cómo sois, de cómo malgastáis vuestro tiempo, de como engañáis, mentís, estafáis, traicionáis, pero también de cómo ayudáis, salváis, protegéis y cooperáis.
Las historias las creáis vosotros. Yo las cuento.

12/1/11

El hombre que quería demasiado

Hoy te has levantado de un salto cuando tu móvil ha tocado tu canción favorita de Michael Bolton, te has afeitado mientras te repetías lo apuesto que eres. Tu bonita mujer te ha dicho algo desde la cama, pero no te has molestado en escucharla porque odias que no se levante a hacerte el café. Cuando te enfundabas tu impecable traje a medida te has vuelto a repetir que la mandarías a paseo de no ser por lo mucho que perderías en el proceso de divorcio. Disfrutando del olor al café del amanecer has escuchado las noticias en tu emisora de referencia. Jamás escuchas las demás emisoras, solo dicen mentiras. Las tostadas con tomate y aceite las has apurado mientras ordenabas el maletín y consultabas tus correos electrónicos en tu móvil de diseño.
Has sonreído al ver un correo de tu atractiva ayudante. Una pequeña descarga te ha recorrido el cuerpo y se ha detenido bajo tu pantalón.
Antes de salir por la puerta has creído escuchar a tu mujer, pero has torcido el gesto y has salido por la puerta blindada de tu pequeña mansión. Llevabas tu maletín en una mano y las llaves de tu Jaguar en la otra. Mientras tomabas la primera curva de camino a tu trabajo has acelerado y has sentido un inmenso placer al adelantar a toda esa gentecilla miserable que se conforma con sus pobres utilitarios.
Cuando empezaste a trabajar como directivo en esa gran multinacional te sentiste muy afortunado, pero hoy se te ha quedado pequeño el puesto. Todos los días comentas con tus subordinados que tu jefe es un inepto y que tú podrías hacerlo infinitamente mejor que él. Ellos te dan la razón, especialmente tu ayudante personal. Mientras firmas los documentos que te pasan ni siquiera miras a la cara a esos subordinados, sus vidas te parecen de lo más triste que conoces. No obstante, presumes de tener unos modales exquisitos porque das los buenos días a todos los trabajadores, aunque no conoces a ninguno por su nombre.
Hoy te ha ido bien el día porque tu asesor te ha informado de que ha conseguido ocultar las transferencias que hiciste a las cuentas en un paraíso fiscal. Te has alegrado inmensamente porque siempre has creído que la declaración de la renta es un juego de inteligencia en el que gana el que consigue evadir la mayor cantidad de capital. Cuando has terminado de engatusar a tus mejores clientes y a tus jefes has vuelto a poner cara de tipo duro y te has dirigido a tu atractiva ayudante. Sabes que está deseando escalar puestos y tú te sientes generoso porque vas a cumplir sus deseos algún día. Has aprovechado que nadie os veía para llevarte su mano a tu entrepierna y le has preguntado que cuándo va a terminar el trabajo pendiente. Ella te ha entendido, se ha reído fingiendo rubor y te ha llamado tonto. Es a la única que le permites esas licencias. Luego le has preguntado si te va a acompañar a una comida que tienes con unos clientes especiales. Ella ha accedido y tú te la has imaginado en el asiento de tu coche abriéndose el escote. Has tragado saliva y te has marchado a tu despacho desde donde has llamado a tu mujer para decirle que no te espere para comer. Tienes una comida de trabajo.
Durante la comida con tus clientes has presumido de ser un gran conductor, mejor jugador de pádel y gran conocedor de la cultura enológica de tu país. También has insinuado que eres magnífico en la cama. Tus clientes, todos masculinos, se han reído a carcajadas con tus ocurrencias y tú les has correspondido adulándolos hasta la náusea. La cuenta la has pagado tú con tu tarjeta de oro. Tu cara reflejaba la seguridad del que lo hace con habitualidad.
Mientras tu cuerpo absorbía el tinto que llevabas en la sangre, te has montado en tu Jaguar con tu ayudante al lado y le has preguntado en qué hotel quiere esta vez. No te ha sorprendido su respuesta.
Después de que tu ayudante terminase su trabajo pendiente en la habitación, has creído que sería mejor que ella saliera después de ti del hotel. Te has disculpado por haber terminado tan pronto y le has prometido que la próxima vez será como todas las anteriores.
De camino a casa has repasado tu historia. Le dirás a tu mujer que los clientes eran unos imbéciles, que los tienes en el bote, como a todos, que entre ellos había una mujer que apestaba a perfume. Que era una mujer madura que no dejaba de ponerte la mano encima, y tú no sabías cómo librarte de ella. Eso solía funcionar.
Mientras recorrías la carretera de camino a tu suntuosa urbanización has sentido la primera punzada en todo el día. Ha sido la primera vez que has tenido la sensación de que tal vez no lo estés haciendo todo bien. Pero ha sido solo un instante. Te has vuelto a repetir que el éxito solo acude a las personas que actúan correctamente, de modo que no puede ser que estés equivocado. Eres un tipo atractivo, con éxito en los negocios, con las mujeres e incluso en el deporte. Siempre has creído que eres infalible y que eres un gran conductor al que no le afecta beber más de un litro de vino en la comida. Y ese será el pensamiento que tengas cuando las cuatro ruedas de tu Jaguar se separen de la carretera y crucen la mediana, antes de colisionar con la cabina de un camión y convertir tu bonito coche en una masa metálica contigo dentro.

10/1/11

Entre polisaurios y mascachicles

Hace tanto como dos décadas, cuando me encontraba trabajando, tuve la tarea de hacer entrega de un paquete de llaveros al Senado. Así, ni corto ni perezoso, con mi tez salpicada de erupciones adolescentes, mi ropa vaquera de saldo y mis deportivos, me lancé al metro en busca de la estación más cercana al Senado. Un edificio muy moderno para una profesión tan aburrida como la de senador, me dije cuando vi los exteriores de la cámara alta. A las puertas me detuvo un policía nacional al que le quedarían meses para jubilarse, era un tipo que me atravesó con una mirada suspicaz capaz de aflojar esfínteres. Pero como yo iba a trabajar y no a otra cosa, me mantuve con serenidad mientras exploraba el paquete de llaveros que, dicho sea de paso, acerté poco con su envoltorio, porque parecía más un paquete bomba que simples obsequios. Así que el buen profesional me dejó pasar tras la minuciosa exploración. Los tiempos han cambiado y también los modos. Hace poco vi a un jovenzuelo policía apoyado en el coche patrulla, sin la gorra y hablando por teléfono en tono jocoso. La verdad, no imponía respeto ni tampoco aparentaba ser un representante de la ley ni alguien dispuesto a defender la integridad de los ciudadanos. Que se te acerque un policía con gafas fashion mascando chicle parece poco digno del cuerpo, así como verlos hablando por el móvil con la novia, como si tal cosa. Tampoco es preciso llegar al gélido trato de los temidos polisaurios, pero entre un extremo y otro están los miles de buenos policías que muchos nos alegramos de ver por nuestras calles disuadiendo con su presencia.

8/1/11

Punto y coma

Todos los que nos hemos tomado alguna copa alguna vez, o sea todo animal de dos patas, sabemos que existe un nivel de alcohol en sangre que es el deseado. Cuando alcanzamos ese estado todo parece más fácil, es más fácil reír, hacer amigos, perdonar, divertirse, ligar… Todo el mundo ha tomado alguna copa para alcanzar ese estado. Muchos lo llaman el puntillo o el punto. “Ya he cogido el puntillo, qué bien me siento”.
Si sigues bebiendo, algo que afecta a los mismos del párrafo anterior, es probable que alcances otro estado menos deseable en el cual tu cerebro comienza a desconectar todas las áreas no necesarias para la supervivencia. De ese modo, comenzamos una regresión hacia nuestros orígenes, una involución hacia nuestro pasado reptil. Primero se apagará las áreas de nuestro cerebro encargadas del razonamiento, es cuando comenzamos a decir incoherencias de las que luego nos arrepentimos. Luego se apagan las encargadas de la empatía y la socialización, cuando perdemos todo decoro, toda cortesía y somos capaces de lanzar las mayores groserías y ofensas contra todo el mundo y al día siguiente, sencillamente no nos acordaremos. Finalmente, si seguimos ingiriendo alcohol, comenzarán a desconectarse las áreas encargadas del control del equilibrio y la coordinación, desagradable experiencia que nos hará caminar trastabillando constantemente o incluso caer al suelo. Si superamos esa fase entraremos en un estado en el que el cerebro se desconecta del cuerpo durante un tiempo indeterminado, en algunos casos irreversiblemente. Hablamos, claro está, del coma. Por tanto, la gran cuestión que nos ocupa es ¿Cómo alcanzar el punto sin llegar al coma? Bonito dilema.

7/1/11

Los golpes del vengador

Esta mañana te has levantado y no has dejado de pensar en lo que vas a hacer esta noche. Lo llevas planeando toda la semana junto a tus camaradas y estás deseando que llegue la noche. Después de desayunar automáticamente te has puesto a chatear con tu mejor amigo. Lo tenéis todo preparado. Estás deseando enseñarle el bate de béisbol que has comprado ayer. Huele a madera nueva y luce un rótulo negro que dice “Vendetta”. Eso es lo que significa para ti. Venganza, y tu arma es tu Vengador. Estas deseando darle trabajo a tu Vengador.
Ya has aguantado suficiente, estás harto de soportar su olor por tus calles.
Llega la noche, te miras al espejo, tu cabeza brilla sin mácula. Te vistes como de costumbre, pantalones ajustados, botas militares relucientes con cordones blancos impecables y cazadora de piloto. Introduces tu Vengador en una bolsa de deporte y te cubres la cabeza con un gorro de lana. Antes de salir de tu habitación besas tus dos banderas, la de tu patria y la de tu ideología. Vuelves a repetirte lo bonitas que son.
En el metro sientes cómo sus miradas te atraviesan. A pesar de llevar la cabeza cubierta te sientes observado. Bajas la mirada y tratas de pasar inadvertido en una esquina del vagón. No te gustan sus miradas.
Por fin llega tu estación, observas a tus camaradas al final del andén. Tu corazón comienza a latir a toda velocidad. Sonríes. Los saludas con discreción y os dirigís al parque donde os reunís habitualmente. Allí, fuera del alcance de las cámaras, les enseñas con orgullo tu Vengador. Tus colegas lo blanden con envidia. Ya estás saboreando el placer de golpear carne. Ultimáis los detalles de la acción. Uno de tus camaradas es quien suele repartir las últimas instrucciones. Es el que más experiencia tiene. Es el líder tácito. Conocéis la calle y sabéis que ellos estarán allí hasta que cierren sus bares. Sobran detalles.
Ahora sí, te quitas el gorro de lana y te abres la chaqueta de piloto, dejando al descubierto tu explícita camiseta.
Todo el grupo camina con paso firme y decidido, ocupando el ancho de la calle. Tenéis cara de pocos amigos. Ahora son los demás los que bajan las miradas y se apartan a tu paso. Tú los miras desafiantes. Nadie se atreve a sostenerte la mirada. Llegáis a la calle donde robaron a tu camarada. Seguro que el autor es uno de ellos. Es hora de hacer limpieza. Nadie volverá a robaros. Todos esos puestos de trabajo que ocupan serán para los tuyos. Nadie de los tuyos tendrá que soportar la pobreza por su culpa. 
Desenfundas tu Vengador. 
Dejáis las ideas, pasáis a la acción.
Ellos se agolpan a las puertas de sus apestosos negocios, te da asco solo mirarlos. Al veros corren al interior de sus locales gritando algo que no entiendes. No te hace falta. Vuestra estrategia es acertada. Tenéis la iniciativa, el factor sorpresa, mayoría numérica y medios superiores. Nada puede salir mal.
Comienza la dulce sinfonía de golpes, patadas, gritos, carreras y tropiezos. Tu Vengador ejecuta una dulce melodía de huesos y cristales. Solo importa una cosa: vencer. Brota la sangre, vuelan botellas, caen enemigos inconscientes, recibís algún golpe. Cuando el enemigo se encuentra rendido o derrotado, el camarada líder entona el “vámonos”. El trabajo está realizado. La próxima vez que quieran robar a uno de tus colegas, se lo pensarán dos veces.
Pasarán los días y la policía llamará a tu puerta. Te llevarán esposado a un terrible lugar en el que se escuchan gritos. Te enseñarán imágenes de una cámara de vídeo en las que apareces blandiendo tu Vengador. No podrás negar que eres tú quien lo agita contra la carne del enemigo. Será el peor día de tu vida, pero después vendrán muchos más de encierro en soledad, en los que te preguntarás si de verdad valió la pena.

El patito feo

En ocasiones, vagamos por la vida creyéndonos inferiores a los demás, porque no logramos nuestros objetivos, porque fracasamos en nuestros proyectos, porque suspendemos los estudios, o porque no encontramos pareja o trabajo. Creemos que el problema es que no valemos para nada y no hay nada que podamos hacer para remediarlo. Nos creemos unos fracasados porque todo cuanto intentamos nos sale mal. Esto sucede así hasta que un día, tal vez por casualidad, cambiamos de vida, de trabajo, de estudios, de pareja o de mentalidad y descubrimos que el problema no radicaba en nosotros. El problema radicaba en haber tomado malas decisiones o en habernos dejado aconsejar mal. Entonces, aquellos que nos miraban de soslayo, creyéndose los amos del estanque de patos, ahora deben agachar la cabeza con humildad ante nuestra grandiosidad de cisnes y reconocer que siempre fuimos mejores, pero no habíamos encontrado nuestro lugar.

¿Crisis? ¿Qué crisis?

Ya lo decía Supertramp en su magistral álbum "Crisis? What crisis?", que no hay mejor ciego que el que no quiere ver y que al mal tiempo, buena cara. El equipo de gobierno español que rige nuestras vidas ha llegado con dos años de retraso para tomar medidas para controlar la crisis, pero lo que resulta más hiriente es que ha llegado con dos años de retraso al reconocimiento de que existía tal crisis. Y ello cuando muchos especialistas en la materia se lo venían anunciando desde tiempo atrás. Parece ser que era una cuestión de orgullo, más que otra cosa. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero no quería reconocer que la crisis venía a todo galope. Tal vez confiaba en sortearla desde bastidores sin que el común se enterase. Craso error. Ese retraso en la aceptación del mal está costando ahora medidas más drásticas que si se hubieran aplicado dos años atrás. Es corriente que los gobiernos progresistas derrochen grandes cantidades de recursos en medidas sociales, algo que vemos con buenos ojos, pero despilfarrar cuando la crisis nos está pidiendo paso con el intermitente izquierdo es un error de novato. Un error que ahora está provocando que todo esté como está. Por los suelos. El empleo, los sueldos, el comercio, la credibilidad, el P.I.B.
Sin embargo, quiero dar una oportunidad a Supertramp y a nuestros políticos y empresarios, quiero enfundarme en mi traje de baño, coger la sombrilla y la tumbona y mientras disfruto de mi refresco de cola voy a pensar que toda crisis es también una oportunidad. Una oportunidad para levantar un negocio o prepararse un oficio. Quedarnos en casa lamentando la crisis no va a ayudar ni a la crisis ni al que se queda. Mientras que salir en busca de oportunidades puede hacer que encontremos resquicios desconocidos en forma de contratos o empresas y que de esa forma contribuyamos entre todos a paliar la crisis. Al fin y al cabo, toda crisis es un estado de ánimo colectivo.

6/1/11

La chica del autobús

El viaje duraría poco más de dos horas antes de llegar a Salamanca desde la capital, me aseguré de ocupar una plaza en el autobús cerca del conductor para disfrutar de las vistas a través del enorme parabrisas. Aunque me coloqué en el pasillo sabía que alguien se sentaría a mi lado. Deseé que no fuera otro abuelo nostálgico como el   del último viaje. Al poco apareció ella, media melena rubia, unos veintidós años, aspecto universitario, abrigo negro. Me aparté encantado. Durante los primeros kilómetros solo cruzamos algunas miradas furtivas y nos centramos en la película que proyectaban. Era una comedia americana en la que un niño se queda solo en casa mientras sus padres se van de viaje y se las apaña para ahuyentar a dos delincuentes. Nada con pretensiones de Óscar. Observé con agrado que le hacían reír las mismas escenas que a mí.
Más adelante ocurrió algo. En el sentido contrario vimos un terrible accidente con heridos graves o muertos. Todos nos quedamos sobrecogidos. Y ello fue motivo para que comenzásemos a hablar. Ella me contó que había visto otro accidente con muertos y le había impresionado mucho. Yo le dije que también había visto varios porque viajaba bastante. Ella me dijo que también hacía el mismo trayecto con frecuencia. Yo le dije que era de Salamanca pero trabajaba en Madrid. Ella también. Los dos salíamos con nuestros amigos de la adolescencia en nuestra ciudad natal. Los dos trabajábamos lejos de la que había sido nuestra casa. Había química. Al menos había química en ese momento. Seguimos hablando durante el que fue el mejor viaje de aquellos años hasta que llegamos a nuestro destino y nos despedimos.
Por algún motivo no le pedí el teléfono a pesar de que nos quedamos mirando durante unos instantes sin saber qué decir. Por algún motivo supuse que aquello no funcionaría. Yo era más joven que ella, bastante menos preparado y probablemente menos atractivo. Supongo que fue una evaluación inconsciente de la situación y tomé la decisión adecuada aunque luego me arrepintiera y me preguntara una y otra vez por qué no intenté aprovechar la ocasión. 

La moto como reclamo

Hacían buena pareja y se les notaba a la vista. Él no había tenido suerte con las mujeres, se sentía poco agraciado, pero su mayor obstáculo era su falta de autoconfianza. Quienes lo conocían sabían que era una persona encantadora, buen trabajador, buen compañero, buen amigo. Pero algo dentro de él le dijo que se merecía ser feliz junto a alguien, que si otros tenían compañía sin merecerla, él tenía que tenerla. Así fue como decidió comprarse una moto como reclamo. No le hacía falta, pero cabalgar a lomos de su moto le infundía confianza, que era lo que precisaba para salir de su guarida y aventurarse por los lares que frecuentaban las chicas. Era un motorista diferente a muchos otros. No presumía con su moto, solo disfrutaba sobre ella. Se movía con discreción, sin acelerones estridentes o actitudes vanidosas.
Y a lomos de su yegua de acero se sintió lo suficientemente seguro como para darse a conocer a ella.
Ella tampoco tenía mucha experiencia con los hombres pese a rozar la treintena. Fuera por desinterés, por acumulación de decepciones o por cualquier otro motivo. Cuando se conocieron parecían decirse "¿Dónde has estado todo este tiempo?" Y la respuesta recíproca era la misma "Esperándote". Verlos juntos era una delicia, porque sabías que lo merecían. Que merecían ser felices.

5/1/11

Ser profeta en tu tierra

No mendigaré un poco de atención, no pediré tiempo ni apoyo a los más cercanos. 
Marcharé lejos de aquí en busca de fortuna y regresaré cuando la dicha me acompañe. Será entonces cuando yo reparta atención, tiempo y apoyo.
Sé que nadie es profeta en su tierra y por ello no esperaré que mi entorno me proporcione el empujón que necesito para alcanzar el éxito. Lo buscaré por mi cuenta y regresaré cuando todo el mundo me conozca y sepan de mi gloria. Esperar de los seres queridos el apoyo necesario es un camino cortado, una vía muerta que a ninguna parte lleva. Ellos serán indulgentes con mi obra por simple afecto, pero en el fondo no creerán en ella.
Debo ponerla a prueba donde nada saben de mí. Y una vez entonces, recogeré también sus loas. Será cuando todos se apresten a decir "Yo lo conozco", "Yo estudié con él", "Es mi amigo"...
Y es que del afecto fraternal a las luchas fraticidas hay solo un paso. Quien mejor te conoce desconfía de tu trabajo porque se compara contigo y desea retarte en un terreno que conoce bien.
Por eso, no les daré esa oportunidad, llevaré mi obra allí donde quieran elogiarla y volveré glorificado a repartir dicha entre quienes se encuentren sanos de envidia.

4/1/11

Los corazones rotos

Él era todo lo contrario a un sentimental, se jactaba de yacer cada noche con una, de no importarle si eran más o menos guapas y de engañar a sus sucesivas novias oficiales siempre con otras. Por tanto me resultó extraño lo que me dijo aquel día. Le hablaba de cómo me había quedado después de romper con una chica y de cómo me había sentido utilizado por ella. Y fue cuando él me dijo: "A todos nos han roto el corazón una vez". Aquellas palabras no parecían salidas de su boca. Aquel no parecía él. No me esperaba que alguien tan aparentemente frívolo pudiera reconocer que le habían roto el corazón una vez.
Eso me llevó a la conclusión de que muchos hombres, y algunas mujeres, acabamos revistiéndonos de una coraza protectora que nos dota de la apariencia de duros e indiferentes ante los sentimientos. Pero en el fondo todos guardamos el dolor o el rencor del amor no correspondido en lo más hondo de nuestros sentimientos. Y muchos aspiramos a resarcir ese dolor restregando a quienes nos han herido lo bien que nos va en el presente y lo mal que les va a ellas o ellos. No faltan ejemplos a los que aplicar este hecho en mi vida. En cada uno de esos reencuentros me convenzo más de lo desafortunadas que son muchas, de lo afortunadas que podrían haber sido a mi lado, de lo desafortunado que habría sido yo a su lado y de lo afortunado que soy.