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24/5/13

Jefes gruñones ¿o jefes incompetentes?

La figura del jefe gruñón está tan arraigada en nuestra sociedad, que en ocasiones se antoja como una cualidad inherente a la ostentación de algún cargo directivo. Sin embargo, tras ese estereotipo se esconde una tipología de gerentes y mandos muy específica, que proliferó en una época en que la sociedad carecía de mecanismos de autodefensa y aguantaba las impertinencias de estos jefes. La mayor parte de jefes gruñones esconden una personalidad vulnerable y lábil, cargada de complejos y baja autoestima. Su insoportable temperamento hace que fracasen en sus relaciones personales y familiares, por lo que vuelcan toda su frustración en el trabajo, el único lugar donde hay alguien con la obligación de escucharlos. Saben que son inferiores a muchos de sus subordinados, por lo que intentan silenciarlos en todo momento para evitar que quede constatada esa inferioridad. Para evitar ser eclipsados por sus subordinados no delegan tareas en ellos, por lo que se ven obligados a tratarlos a todos de forma idéntica, sin atender a sus grados. Lo cual conlleva la desmotivación y hostilidad latente por parte de estos. Pero además, esta forma de trabajar obliga a controlar a un número importante de individuos, para la que no están preparados. Por esto surgen numerosos problemas de coordinación, que derivan en conflictos laborales. En general, estos tipos confían más en la improvisación que en la planificación, porque los errores de la planificación tienen su única firma, mientras que los de la improvisación pueden atribuirse a terceros. Finalmente, cuando se producen fallos, solo atribuibles a su falta de planificación y de delegación, cargan las culpas en sus subordinados, de forma violenta e intimidatoria, para sofocar cualquier conato de réplica justificada. De esta forma, los jefes gruñones ocultan su incompetencia emocional y laboral, envolviéndose en la espiral de la violencia, culpando a otros de su ineptitud y silenciando cualquier atisbo de reproche.

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