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27/5/11

Pitbull y el yonki

     Era un tipo duro, de los que no les gustan las sutilezas, los dobles sentidos ni las ironías. Había tenido una infancia difícil y una adolescencia aún más difícil. Algunos lo llamaban Pitbull a sus espaldas, nunca a la cara. Odiaba a su madre y cada vez que veía a su padre acababan a puñetazos. No tenía gran cosa en la vida. Es lo que le suele suceder a los desheredados, a los que nacen sin el pan bajo el brazo, sin padrino. Trabajaba en el primer trabajo que le salía y no duraba más de tres o cuatro meses. Practicaba artes marciales y leía lo suficiente para no convertirse en un animal, sobre todo historia. La banda sonora de su vida estaba formada por Rammstein, The Prodigy o H.I.M. Detrás de esa mirada de matón resentido se escondía un tipo atractivo que no dejaba indiferente. Había conocido a una chica rubia muy guapa a la que había hecho sufrir con sus cambios de humor, pero a la que adoraba más que a nada en este mundo.
     Un día acompañaba a su chica a casa de sus padres, eran altas horas de la madrugada y los callejones estaban oscuros. Acababan de haber tenido una riña y ella caminaba por delante de él enojada. Un tipo enjuto se cruzó en su camino. Les pedía dinero sin que hiciera falta reconocer su adicción a la heroína. Pitbull se limitó a decirle que se perdiera pero el tipo no calculó bien las fuerzas y envalentonó.
     _¡Eh, que solo estoy pidiendo! _dijo el yonki _si quisiera robaros habría sacado la navaja que llevo en el bolsillo.
     Pitbull, en un esfuerzo de contención, se acercó a dos centímetros de su nariz.
     _Escucha, montón de mierda, si quieres ver amanecer mañana lárgate de mi vista antes de que te arranque la cabeza. ¿Entendido?
     Pero aquel tipo debía de tener un mal día y cometió la imprudencia de sacar una navaja de abanico cuando Pitbull y su chica se alejaban.
     _¡Eh! A ver si me lo repites ahora _dijo, navaja en mano.
     Pitbull se giró con evidente rabia, agarró el brazo del yonki y le dio un cabezazo en la nariz, luego una patada entre las piernas y luego se ensañó a base de puñetazos en el abdomen y en la cara. Su chica le decía que parara, pero aún no había acabado. En el suelo le dio una patada en el abdomen y se escuchó cómo escupía sangre. Cogió su navaja, la cerró y se la metió en la boca, antes de darle un bofetón de despedida.
     Aquella escena se la había brindado a su chica. Era una forma de decirle "mira lo que hago por tu culpa" "si no nos hubiéramos peleado no habría tenido que partirle la cara". Pero el yonki se lo había puesto en bandeja.
     Con el tiempo, Pitbull aprendió a controlar sus impulsos más extremos para no perder a su chica, de la que no se separó a pesar de sus excesos y con la que acabó casándose. Se desconoce qué fue del yonki después de aquel día en que perdió algo más que la dignidad.

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