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2/2/12

Promesas rotas

Siempre he odiado las mentiras. Sufrir las mentiras de alguien cercano te produce una especie de vacuna contra la mentira. Tal es así, que a la vuelta de los años intentas mentir, aunque sea de forma liviana, y algo en tu interior te lo impide. El cuerpo se te revuelve en náuseas. Lo que sucede es que te has inmunizado contra la falsedad premeditada. Prometer algo a sabiendas de que no lo vas a poder cumplir es enredarte en una madeja inextricable. Algunas veces basta con callar o con emitir un enunciado dubitativo para no decepcionar. Qué necesidad hay de mentir. Pero no. Hay muchas personas que prefieren prometer esto y lo otro para obtener algún tipo de beneficio inmediato, o por cobardía. Vaya usted a saber. O porque simplemente están infectados del terrible mal de la mentirijitis.

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