El príncipe Marco, heredero de un diminuto país, se preparaba para suceder a su padre alejado del ruido de palacio y ajeno a las exigencias que su cargo requería. Su asesor personal estaba volcado en introducirlo en la sociedad antes de que fuera demasiado tarde.
_Alteza, creo que tenemos que empezar a tomarnos en serio lo de su imagen pública.
_¿Qué pretendes, Bruno?
_Creo que tarde o temprano la gente empezará a hablar de usted, de sus idas y venidas, de los asistentes jóvenes y guapos que desfilan por palacio...
_Bruno, ¿no insinuarás que debo salir del armario? Eso sería...
_No, alteza. Tengo un plan perfecto.
_Qué miedo me das, Bruno.
_Su Alteza tiene que casarse.
_Por Dios. ¿Te has vuelto loco?
_Es la única solución. Ya se ha empezado a hablar de su sexualidad... No querrá...
_¿Pero casarme de verdad? ¿Con quién?
_Tengo a la mujer perfecta. Es actriz, guapa, elegante, inteligente, jamás ha roto un plato y lo más importante... Está loca por ti... quiero decir por su alteza.
_¿Cómo se llama?
_Virginia McKenzie.
_Oh, por Dios. ¿Cómo puedes decir que es guapa?
_No tendría que consumar todas las noches. Solo tendrían que representar el papel de pareja feliz.
_¿Cómo sabes que accederá a representar ese papel?
_Porque ya he hablado con ella. Lo sé, soy muy malo, alteza.
_¿Y ha accedido?
_Totalmente. ¿Quién se negaría a casarse con un príncipe guapísimo?
_Está bien ¿cómo lo piensas hacer?
_Una cena supuestamente secreta. Dejaremos que algún paparazzi saque fotos y las publique como la exclusiva del año. Al día siguiente todo el país hablará de su relación y nadie se acordará de sus sirvientes ni sus asistentes personales.
_Ya, ni de ti, Bruno. Ni de ti.
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