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15/9/11

El matón de la clase

Algunas personas necesitan reafirmarse continuamente para sentirse realizadas. Cuando somos niños empleamos nuestra artillería más mortífera en forma de insultos, rumores, peleas, encerronas, etc. Recuerdo a un muchacho de mi clase que era el matón oficial, es decir "el más fuerte de la clase". Periódicamente necesitaba medir sus fuerzas con cualquiera para sentirse henchido de gozo. Eso tenía sus riesgos. Normalmente era él quien humillaba a los demás, pero algunas veces se llevaba alguna sorpresa. De las muchas veces que me peleé con él, hubo al menos dos en las que fui yo quien lo humillo a él. De modo que solía guardarme las distancias. Pero su mayor sorpresa fue otro tipo que cambió de colegio. No tardó en chocar con él. Apenas llevaba unas semanas cuando vi el clásico corro de jaleadores y mirones deleitándose con el espectáculo de puñetazos. El recién llegado le calentó el hocico al matón oficial. Y eso, claro, cambia las cosas. Observé cómo se iba todo el mundo, repito, todo el mundo, con el nuevo líder. El antiguo matón se quedó de pie derramando lágrimas silenciosas e intentando guardar el escaso orgullo que le quedaba. Todo el corro de aduladores se fueron con el nuevo matón haciéndole carantoñas y alabanzas. Como yo soy de otro planeta me quedé con el vapuleado perdedor para que no se sintiera completamente solo. Aunque se merecía la lección sobradamente, siempre he odiado los linchamientos. Era el matón oficial y le vino bien aprender que siempre hay alguien más fuerte si te empeñas en medirte con todo el mundo. Pero creí que con esa lección sobraba y no necesitaba que todo el mundo lo humillara acompañando al ganador. 

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