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11/3/12

Alacrán

Hace tiempo conocí a un tipo de los que, con el tiempo, he llegado a clasificar como alacranes. Porque creo que son personas que solo saben hacer el mal y además no tienen la menor intención de dejar de hacerlo. Tenía un poder relativo, no era el mandamás, pero sabía moverse por los círculos del poder gracias a los muchos años que llevaba trabajando allí y conociendo los entresijos de la empresa. Conocía la inmundicia y él la coleccionaba como quien acumula trofeos para confeccionar un inventario de todo lo podrido que tenían las personas en derredor suyo. Su mayor placer era imponer su poder, quizá porque ansiaba con tener más, porque no había llegado a lo más alto, donde otros más jóvenes y mejor preparados sí habían llegado. Por eso disfrutaba humillando a los débiles, haciéndoles sonrojar, imponiéndoles sus deciciones. Esos movimientos le hacían estremecerse de placer, le hacían salivar como la fiera que va a devorar a su presa. Desde el principio supe que aquel tipo es una especie de camello de influencias. Él no trafica con drogas sino con puestos en la organización. Si le besabas los pies y te arrodillabas ante su poder onmímodo, entonces podías aspirar a un puesto de adulador en torno a él. Pero como todo camello, una vez conocía tus puntos débiles los explotaba para someterte cada vez más. Por suerte, mi conciencia taoísta me previno de él y pude sortear su influencia, como quien se aparta ante la embestida de una bestia. Sabía que combatirlo desde abajo era imposible, así que preferí ayudarlo a caer desde la distancia. Como el luchador de judo que aprovecha la inercia del rival para hacerlo caer, empleando una mínima energía. Él, mucho me temo, sigue y seguirá aprovechando las debilidades de los demás para agrandar su fortaleza. Al fin y al cabo se alimenta de las miserias ajenas. Es un coprófago de la debilidad. Y, mal que les pese, muchos caen sus redes por varios motivos. Uno es su necesidad de tener un líder que guíe sus pasos. Otro, su inmensa codicia. Otro, el miedo a que el líder desvele sus múltiples debilidades. De eso modo, muchos entran en su juego macabro de traiciones, zancadillas, delaciones, adulaciones y sumisiones ante un líder autócrata, que no es en esencia peor que ellos, sino más inteligente. Miserables y malvados forman una suerte de matrimonio perfecto. Cada uno brinda al otro lo que le falta. Los miserables necesitan de un líder que los coloque en buena posición, que los deje vivir y los someta. Los malvados necesitan una cohorte de aduladores y babosos lisonjeros que enaltezcan su superioridad y le hagan olvidarse de sus múltiples limitaciones intelectuales. Esta es la historia de cómo los alacranes se nutren de las excrecencias humanas para crecer y continuar con ruta evolutiva.

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