Oasis de carretera

Circulas por una carretera desierta. Hace horas que no te has cruzado con nadie. La noche cae inexorable. No encuentras signo de civilización en kilómetros a la redonda. Tu respiración se acelera y tus latidos te resuenan en las sienes. Compruebas que te queda combustible para unos pocos kilómetros. Bajas la velocidad con la esperanza de que no se evapore el fluido vital que alimenta tu carruaje moderno. La angustia se apodera de ti poco a poco. Deseas con todas tus fuerzas que aparezca alguien, quien sea, que te ayude a proseguir tu camino errante. Te sabes bohemio, pero incluso tu soledad tiene limitaciones. Es entonces cuando superas un cambio de rasante y vislumbras las luces que identifican el añorado oasis. Tomas aire con alivio, tus pulsaciones descienden a su ritmo normal, los ojos se te enjugan en lágrimas. Allí saciarán la sed de tu cabalgadura, repararán sus incidencias, te permitirás un refrigerio y cuanto puedas pedir. Sabes que es un oasis contemporáneo, tanto más deseado cuanto más solitario en medio de la nada.