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20/7/11

Seres etéricos

Constantemente nos vemos obligados a elegir entre dos mundos de sensaciones y gratificaciones; por un lado, las que proceden del mundo exterior, las tangibles, las sensoriales; por otro, las que tienen su origen en nuestro interior. Dependiendo de cuál sea nuestro mundo cultural optaremos por una opción u otra. Un ciudadano de Francia o Canadá se decidirá con mayor probabilidad por la primera opción, mientras que uno de Nepal o el Tíbet lo hará por el segundo. Sin embargo pocas veces escuchamos que se trata de una elección binaria, una dicotomía. Cuanto más nos decantemos por un mundo, más difícil tendremos el acceso al otro. Si optamos por las gratificaciones terrenales el mundo interior desaparecerá de nuestra mente. Pero si nos decantamos por las gratificaciones espirituales, el mundo terrenal dejará de tener interés para nosotros. Entonces, ¿por cuál decantarse? Es una pregunta que pocas veces nos hemos hecho por el aludido motivo cultural. Nacemos inmersos en un mundo que condiciona toda nuestra vida, no solo nuestras acciones, lenguaje y costumbres, sino también nuestros ideas y creencias. Nadie puede dudar de que un católico es católico porque ha nacido en un entorno católico, de la misma forma que un animista, un judio o un budista lo son por el suyo. Entonces ¿cómo podemos escapar de esa troqueladora de pensamientos sin convertirnos en proscritos sociales? Imagina que vieras el océano por primera vez y nadie te hubiera hablado de él. ¿Te lanzarías sin más? Lo más probable es que preguntases de qué se trata. Observaras a los demás relacionarse con él, introducirse, lanzarse. Aún así preferirías acercarte con cautela, mojarte primero los pies y luego las piernas. Solo después de cierta experiencia te atreverías a lanzarte con osadía. El universo espiritual es igual que el océano. Para disfrutar de su experiencia hay que sumergirse progresivamente y comprobar las muchas gratificaciones que nos puede ofrecer. Para ello hay que emplear la imaginación y las emociones para empezar a volar y hacernos las preguntas más importantes de la vida. ¿Qué somos? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué es la muerte? ¿Debemos temerla?

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