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10/10/11

Una visión pesimista de la vida

Cuando contaba unos veinticinco años y mi lóbulo prefrontal estaba a pleno rendimiento comencé a tener unas visiones turbadoras sobre la vida. De repente vi el futuro con la lente negra del que aguarda un final terrible. Me di cuenta de que todo pasaba demasiado deprisa. Dios mío, veinticinco años. ¿Cómo he llegado hasta aquí sin enterarme? solía preguntarme. De ese modo pensaba que lo mejor ya había pasado y no había sido consciente de ello. Y sobre el futuro lo veía como una cinta transportadora impenitente que me arrastraba hacia un final fatal. Una cinta transportadora que me arrastraba hacia una trituradora de carne al final de mis días. Lo cierto es que pensaba que me quedaba poco tiempo de vida y que el poco que me quedaba iba a ser terriblemente duro, aquejado de dolencias, carente de energía y con el amargo sabor del que espera su final. No hace falta insistir en que se trataba de una visión extremadamente negativa consecuencia de haber perdido el tiempo vagando sin rumbo. No creo que haya sido el único que tenía esa perspectiva, pero sí estoy seguro de que todos los que la tienen tienen en común el haber desaprovechado los años más jóvenes. Pero como la vida da tiempo para ir y venir, para equivocarse y rectificar y para corregir el rumbo, yo viré el rumbo y ahora veo la vida tan larga y placentera como yo la quiera planificar. Lo cual no es poco.

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